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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-¡Sacrilegio, profanación! -exclamó el jesuita-. ¡Abuso nefando <strong>de</strong> las cosas<br />

piadosas! Esa tierra bendita es un objeto <strong>de</strong> piedad que <strong>de</strong>be venerarse como recuerdo<br />

<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los varones más insignes que ha habido en el mundo. Las cosas santas han <strong>de</strong><br />

ser tratadas con mucho respeto y puestas a tanta altura que no pueda llegar a ellas el<br />

charlatanismo. Dad a Dios lo que es <strong>de</strong> Dios, y a la botica lo que a la botica pertenece, y<br />

no mezcléis berzas con capachos, o sea santida<strong>de</strong>s con vomitivos.<br />

Más, mucho más hubiera dicho el discreto clérigo, si en lo mejor <strong>de</strong> su perorata no<br />

entrase Tablas, sorprendiendo a todos con los buenos días que dio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta.<br />

Detenido en ella estuvo un buen rato mirando el cuadro que las dos mujeres y los dos<br />

eclesiásticos ofrecían. Entró al fin; limpiose el sudor que mojaba su frente, y tomando<br />

una silla la colocó con fuerte golpazo en el punto en que quería sentarse. Después,<br />

gesticulando con recia manotada, echó <strong>de</strong> sí las moscas y dijo: [423]<br />

-Se ha muerto el boticario <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Rodas y el carbonero <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> las<br />

Velas. En la casa <strong>de</strong>l tío Caro no ha quedado más que el gato. Anoche no había<br />

novedad, y esta mañana la casa era un cementerio.<br />

-No exagere usted -dijo amostazado el Padre Gracián, observando el mal efecto que<br />

aquellas nuevas hacían en Nazaria-. Defunciones hay; pero no en tal número.<br />

-No se llaman <strong>de</strong>funciones; se llaman casos -replicó con estúpida risa Tablas-. Y<br />

podrá ser verdad lo que vuestra Paternidad dice; pero yo sé que anoche Gregorio<br />

Tinajas y yo, bebimos juntos una copa al salir <strong>de</strong> cierta parte, y sé también que le he<br />

visto hace un momento tieso y frío.<br />

-¡Se ha muerto! -exclamó Maricadalso con espanto.<br />

-Como mi abuelo. ¿Lo sientes tú?<br />

-Dígolo porque ya las pagó todas juntas.<br />

-También se ha muerto la Fraila.<br />

Nazaria cerró los ojos, no pudiendo cerrar los oídos. Pero el atleta se volvió a<br />

Maricadalso, y a boca <strong>de</strong> jarro le disparó estas palabras:<br />

-Y tu hija, Maricadalso, tu hija Il<strong>de</strong>fonsa, iba ahora con un cántaro <strong>de</strong> agua por la<br />

calle <strong>de</strong> la Paloma, y se cayó en la calle, diciendo que se moría...<br />

-¡Mi hija!... Tú mientes... Corro a ver...<br />

Diciendo esto con entrecortados rugidos, Maricadalso saltó <strong>de</strong> su asiento, como<br />

azorado gato, y salió a escape. Oyéronse sus violentes pasos extinguiéndose en la<br />

escalera, como se apaga el ruido <strong>de</strong> la piedra que chocando y rebotando se precipita en<br />

el abismo.<br />

-Rumalda -dijo Tablas mirando a la cojuela que acababa <strong>de</strong> subir <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cerrada<br />

la tienda-; baja y tráeme tabaco.

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