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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Gracián y el otro clérigo se sentaron <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saludar a la enferma con mucho<br />

interés. Nazaria agra<strong>de</strong>ció mucho la visita y estuvo quejándose durante diez minutos,<br />

dando cuenta prolija <strong>de</strong> los distintos dolores que sentía, en partes diversas, los unos<br />

afilados como cuchillos, los otros duros como pedradas, y algunos múltiples y<br />

horripilantes como el rasgar <strong>de</strong> una sierra. Después calló. Gracián dijo solemnemente<br />

que más, mucho más había pa<strong>de</strong>cido Cristo por nosotros, y luego reinó un silencio<br />

tristísimo, durante el cual no se oía más que el rumor <strong>de</strong> las hojuelas <strong>de</strong> acacia, batiendo<br />

el aire y <strong>de</strong>sconcertando las bandadas <strong>de</strong> moscas. Al punto que estas vieron a los dos<br />

clérigos, se fueron <strong>de</strong>rechas a ellos, manifestando singular preferencia por el joven<br />

acompañante.<br />

-Lo pasaría menos mal -dijo Nazaria-, si no tuviera miedo, muchísimo miedo a esa<br />

enfermedad que ha entrado ahora, y que, según dicen, mata a la gente en un abrir y<br />

cerrar <strong>de</strong> ojos.<br />

-Se llama el Cólera -dijo la flaca con vocecilla ronca que hizo estremecer al curita.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto Maricadalso (que así la llamaban) se asemejó más que nunca a la madre<br />

Muerte, nombrando a una <strong>de</strong> las más fúnebres herramientas <strong>de</strong> su oficio.<br />

-El cólera, sí -dijo Gracián-. Esta epi<strong>de</strong>mia viene <strong>de</strong>l Ganges, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> saca su<br />

apellido <strong>de</strong> asiática. Ha empezado a hacer gran<strong>de</strong>s estragos en Europa, y Dios no ha<br />

querido librar a España <strong>de</strong> tan tremendo azote. Tengamos paciencia. Hasta ahora<br />

Madrid va librando bien. Las invasiones no son muchas. Empezó en Vallecas y parece<br />

como que va pasando <strong>de</strong> Norte a Sur. [421]<br />

Nazaria le preguntó por los remedios que para tan atroz dolencia habían <strong>de</strong>scubierto<br />

las faculta<strong>de</strong>s, y Gracián, con apariencias <strong>de</strong> no creer mucho en ellos, habló <strong>de</strong> varios,<br />

tales como friegas, infusiones teínas y revulsivos. El mejor antídoto contra el mal era, a<br />

su juicio, el valor y el <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong>l mal mismo.<br />

-Entonces -dijo Nazaria con temblor y abatimiento-, esa maldita cólera <strong>de</strong> Dios no<br />

me perdonará a mí, porque le tengo más miedo que a una centella, y si miro a la puerta<br />

me parece que entra en figura <strong>de</strong> gente, si miro a la ventana me parece que entra con el<br />

aire, con el sol y con el polvo <strong>de</strong> la calle. No como, por miedo a que entre en mi cuerpo<br />

con la comida, ni duermo temiendo que me coja en sueños y me lleve antes <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>spertar.<br />

Gracián se rió <strong>de</strong> estos pueriles temores, y también se habría reído el subdiácono si<br />

no estuviera muy ocupado en ahuyentar las moscas que invadían su cara. Maricadalso le<br />

vio dando manotadas. Alargando la rama, diole un escobazo en el rostro para líbrarle <strong>de</strong><br />

la ferocidad insectil.<br />

-Confianza en Dios y no dar a esta miserable existencia mundana más valor <strong>de</strong>l que<br />

tiene, son los más eficaces remedios -afirmó Gracián con autorizada voz.<br />

La vocecilla ronca <strong>de</strong> Maricadalso se <strong>de</strong>jó oír. Parecía una corneja que cantaba en la<br />

propia rama <strong>de</strong> acacia. Moviendo su cabeza con aire <strong>de</strong> incredulidad, cantó estas<br />

palabras:

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