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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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parece dormido y no está sino asustado. No tema [355] Vuestra Majestad; estas<br />

situaciones se vencen con el valor y la confianza. Abra Vuestra Majestad las puertas <strong>de</strong><br />

la patria a todos los emigrados, a todos absolutamente sin distinción. Para vencer al<br />

Infante se necesita una ban<strong>de</strong>ra; para hacer frente a un principio se necesita otro; nada<br />

<strong>de</strong> términos medios, ni acomodos vergonzosos; esa gente pi<strong>de</strong> todo o nada; pues nada y<br />

guerra a muerte. Levántese Vuestra Majestad y an<strong>de</strong> con paso seguro; no se <strong>de</strong>je asustar<br />

por los errores <strong>de</strong> los que no han sabido establecer la libertad. Es preciso tolerarles<br />

como son, porque son la salvación, y si aseguran el trono y la libertad sus<br />

imperfecciones y extravíos les serán perdonados. Y entonces, señora, se alzará <strong>de</strong>l seno<br />

<strong>de</strong> la nación oprimida y <strong>de</strong>seosa <strong>de</strong> mejor suerte, un sentimiento, un prurito<br />

incontrastable, y miles <strong>de</strong> hombres generosos se agruparán al lado <strong>de</strong> Vuestra Majestad<br />

protestando con la palabra y con la espada <strong>de</strong> que quieren por soberana a la Reina <strong>de</strong>l<br />

porvenir, la Reina liberal, Isabel II». [356]<br />

- XXXIII -<br />

-¡Chitón, chitón por todos los santos <strong>de</strong>l cielo! -dijo D. Benigno poniéndole la mano<br />

en la boca para hacerle callar.<br />

El héroe participaba <strong>de</strong> aquel noble ardor, pero temía que tales <strong>de</strong>mostraciones les<br />

trajeran a ambos algún perjuicio. Tembloroso y ruborizado, Cor<strong>de</strong>ro llevó a su amigo<br />

fuera <strong>de</strong>l ver<strong>de</strong> laberinto, incitándole a que callara, porque -y lo dijo en la plenitud <strong>de</strong> la<br />

convicción- si el obispo Abarca y el ministro Calomar<strong>de</strong> llegaban a tener noticia <strong>de</strong> lo<br />

que se habló en los jardines, no firmarían ni en tres siglos. Salvador tranquilizó al buen<br />

comerciante sobre aquel endiablado negocio <strong>de</strong> las firmas y cuando se separaron<br />

invitole a que comieran juntos aquella tar<strong>de</strong>. Excusose D. Benigno, por sentirse, al oír la<br />

invitación, tocado <strong>de</strong> aquel mismo recelo o inquietud <strong>de</strong> que antes hablamos; pero las<br />

reiteradas cortesanías <strong>de</strong>l otro le vencieron al fin. Mientras Cor<strong>de</strong>ro entraba en la casa<br />

<strong>de</strong> Pajes pensando en el convite, en la muerte <strong>de</strong>l Rey, en la firma y sobre todo en los<br />

que le esperaban en los [357] Cigarrales, Salvador penetró en Palacio y no se le vio más<br />

en todo el día.<br />

Era aquel el 18 <strong>de</strong> Setiembre, día inolvidable en los anales <strong>de</strong> la guerra civil, porque,<br />

si bien en él no se disparó un solo cartucho, fue un día que engendró sangrientas<br />

batallas, un día en el cual se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir figuradamente que se cargaron todos los<br />

cañones. Des<strong>de</strong> muy temprano volvió a reinar el <strong>de</strong>sasosiego en los salones y en todas<br />

las <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias. Su Majestad seguía muy grave, y a cada vahído <strong>de</strong>l monarca la causa<br />

apostólica daba un salto en señal <strong>de</strong> vida y buena salud; así es que cuando circulaban<br />

noticias <strong>de</strong>sconsoladoras no se veía el dolor pintado en todas las caras, como suce<strong>de</strong> en<br />

ocasiones <strong>de</strong> esta naturaleza, aun en reales palacios, sino que a muchos les bailaban los<br />

ojos <strong>de</strong> contento, y otros aunque disimulaban el gozo, no lo hacían tanto que<br />

escondieran por completo la repugnante ansiedad <strong>de</strong> sus corazones corrompidos.<br />

En medio <strong>de</strong> esta barahúnda, la Reina apuraba ella sola en el silencio lúgubre <strong>de</strong> la<br />

alcoba regia el cáliz amargo <strong>de</strong> la situación más triste y <strong>de</strong>sairada en que pueda verse<br />

quien ha llevado una corona. Los cortesanos huían <strong>de</strong> ella; a cada hora, a cada minuto

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