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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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silencio reinaba en el comedor. Oíase, sin embargo, el paseo igual y sereno <strong>de</strong> la<br />

péndola y un roncar lejano, profundo, que tenía algo <strong>de</strong> la trompa épica, y era la<br />

melopea <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong> doña [130] Crucita cantada en tonante estilo por sus órganos<br />

respiratorios. Los <strong>de</strong>l reverendo Alelí no tardaron en unir su autorizada voz a la que <strong>de</strong><br />

la alcoba venía, y sonando primero en aflautados preludios, <strong>de</strong>spués en períodos<br />

rotundos, llegaron a concertarse tan bien con la otra música que no parecía sino que el<br />

mismo Haydn había andado en ello.<br />

Entre las dos ventanas <strong>de</strong> la pieza, que recibían <strong>de</strong> un patio la poca luz <strong>de</strong> que este<br />

podía disponer, había un armario lleno <strong>de</strong> loza fina, tan bien dispuesta que bastaba una<br />

ojeada para enterarse <strong>de</strong> las distintas piezas allí guardadas. Las copas puestas en fila y<br />

boca abajo, sustentando cada cual una naranja, parecían enanos con turbantes amarillos.<br />

En todas las tablas las cenefas <strong>de</strong> papel recortado caían graciosamente formando picos<br />

como un encaje, y <strong>de</strong> este modo los arabescos <strong>de</strong> la loza tenían mayor realce. Algunas<br />

cafeteras y jarros echaban hacia fuera sus picos como aves que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar agua,<br />

estiran el cuello para tragarla mejor, y las redondas soperas se estaban muy quietas<br />

sobre su plato, como gallinas que sacan pollos. En el chinesco juego <strong>de</strong> té que regalaron<br />

a D. Benigno el día <strong>de</strong> su santo, las tacitas puestas en círculo semejando la empolladura<br />

recién salida y piando junto a la madre. Un alto y <strong>de</strong>scomedido botellón cuya [131]<br />

boca figuraba la <strong>de</strong> un animalejo, era el rey <strong>de</strong> toda aquella muchedumbre porcelanesca<br />

y parecía amenazar a las piezas vasallas con cierta ley escrita en el fondo <strong>de</strong> una fuente.<br />

Era un letrero dorado que <strong>de</strong>cía: «Me soy <strong>de</strong> Benigno Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Paz. Año <strong>de</strong> 1827».<br />

Junto al armario había una silla <strong>de</strong> tijera en la cual estaba Sola, con los brazos<br />

cruzados. Miraba a Alelí, a la lámpara <strong>de</strong> cuatro brazos, a la Creación, al monumento <strong>de</strong><br />

Toledo y al suelo cubierto <strong>de</strong> estera común. También fue objeto <strong>de</strong> sus miradas el<br />

aguamanil, cuya llavecita, un poco <strong>de</strong>sgastada, <strong>de</strong>jaba caer una gota <strong>de</strong> agua a cada diez<br />

oscilaciones <strong>de</strong> la péndola. La caja <strong>de</strong> latón en que estaba el agua tenía pintado un<br />

pajarillo picando una flor, con tan <strong>de</strong>sdichado arte que más bien parecía que la flor se<br />

comía al ave. También miraba Sola al techo don<strong>de</strong> había cuatro ligeras manchas <strong>de</strong><br />

humo correspondientes a los cuatro quinquets <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> los brazos <strong>de</strong> la lámpara.<br />

Tales manchas eran las únicas nubes que empañaban el azul <strong>de</strong> aquel cielo <strong>de</strong> yeso que<br />

en verano se estrellaba <strong>de</strong> moscas.<br />

La joven dirigía sus ojos a todas estas partes, cual si estuviese buscando sus<br />

pensamientos perdidos y <strong>de</strong>sparramados por la estancia. Creeríase que habían salido a<br />

holgar [132] volando como mariposas a distintos parajes, y que su dueña los iba<br />

recogiendo uno a uno o dos a dos para traerlos a casa y someterlos al yugo <strong>de</strong>l<br />

raciocinio.<br />

Y así era en efecto. Ella tenía que concertar algo en su cabeza y discurrir.<br />

Convidábanle a ello la soledad en que estaba y la suave sombra que empezaba a ocupar<br />

el comedor dominando primero los ángulos, el techo, y extendiéndose poco a poco y<br />

avanzando un paso al compás <strong>de</strong> los que daba la péndola. Las voces o díganse<br />

ronquidos se apagaron un momento cual si los músicos que las producían <strong>de</strong>scansasen<br />

para tomar más fuerza. La <strong>de</strong> doña Crucita empezó luego a crecer, a crecer, <strong>de</strong>safiando a<br />

la <strong>de</strong>l padre Alelí. La <strong>de</strong> este sonaba entonces en el registro <strong>de</strong>l caramillo pastoril y<br />

parecía convidar a la égloga con su gorjeo cariñoso. Y en tanto el murmullo <strong>de</strong> Crucita<br />

se tornaba <strong>de</strong> llamativo en provocador y <strong>de</strong> provocador en insolente como si <strong>de</strong>cir<br />

quisiera: «en esta casa nadie ronca más que yo».

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