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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Largamente hablé <strong>de</strong> esto con el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> [104] Montguyon, que me perseguía<br />

tenazmente, permaneciendo en Behobia todo el tiempo que le fue posible. Él elogiaba a<br />

los guerrilleros, diciendo que, a pesar <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>fectos, eran tipos <strong>de</strong> heroísmo y <strong>de</strong><br />

aquella in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia caballeresca que tanto había enaltecido el nombre español en<br />

otros tiempos. También le seducían por ser, como los frailes, gente muy pintoresca. Mi<br />

Don Quijote era una especie <strong>de</strong> artista, y gustaba <strong>de</strong> hacer monigotes en un libro,<br />

dibujando arcos viejos, mendigos, casuchas, una fila <strong>de</strong> chopos, carros, lanchas<br />

pescadoras y otras menu<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> que estaba muy envanecido.<br />

Debía ser (8) próximamente el 9 <strong>de</strong> Abril cuando me trasladé a Irún para vivir con la<br />

familia <strong>de</strong> Sodupe-Monasterio, gente muy hidalga, más católica que el Papa, realista<br />

hasta el martirio y <strong>de</strong> afabilísimo trato. Frecuentaban la casa (que era más bien palacio<br />

con hermosos prados y huerta) todos los españoles que el gran suceso <strong>de</strong> la intervención<br />

traía y llevaba <strong>de</strong> una Nación a otra, y muchos oficiales franceses, <strong>de</strong> cuyas visitas se<br />

holgaban mucho los Sodupe-Monasterio, porque oían hablar sin cesar <strong>de</strong> exterminio <strong>de</strong><br />

liberales, <strong>de</strong>l trono <strong>de</strong> San Fernando y <strong>de</strong> nuestra preciosísima fe católica.<br />

Allí Montguyon no me <strong>de</strong>jaba a sol ni [105] a sombra, pintándome su amor con<br />

colores tan extremados, que me daba lástima verle y oírle. Su acendrado y respetuoso<br />

galanteo merecía, en efecto, alguna misericordia. Le permití besar mi mano; pero no<br />

pudo arrancarme la promesa <strong>de</strong> seguirle al interior <strong>de</strong> España. Cada vez sentía yo más<br />

<strong>de</strong>seos <strong>de</strong> quedarme en Irún y en aquella apacible vivienda, don<strong>de</strong>, sin que faltara<br />

sosiego, había bastantes elementos para combatir el fastidio. Con esta resolución, mi D.<br />

Quijote, que ya parecía querer <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> serlo en la pureza <strong>de</strong> sus ensueños amorosos,<br />

estaba <strong>de</strong>sesperado. Despidiose <strong>de</strong> mí muy enternecido y besándome con ardor las<br />

manos, voluptuosidad inocente <strong>de</strong> que nunca se hartaba. ¡Cuán lejos estaba el llagado<br />

amante <strong>de</strong> que no pasarían dos horas sin que cambiara diametralmente mi<br />

<strong>de</strong>terminación!<br />

Pasó <strong>de</strong>l modo siguiente. Al saber que yo estaba en Irún, fue a visitarme un<br />

individuo, que aún no podía llamarse personaje, y al cual conocí en Madrid el año<br />

anterior, y también el 19. Se llamaba D. Francisco Ta<strong>de</strong>o Calomar<strong>de</strong>, y era <strong>de</strong> la mejor<br />

pasta <strong>de</strong> servil que podía hallarse por aquellos tiempos. Hijo <strong>de</strong>l Ministro <strong>de</strong> Gracia y<br />

Justicia, se había criado en los cartapacios y en el papel <strong>de</strong> pleitos: los legajos fueron su<br />

cuna y las reales cédulas [106] sus juguetes. Su jurispru<strong>de</strong>ncia llena <strong>de</strong> pedantería me<br />

inspiraba aversión. Tenía fama <strong>de</strong> muy adulador <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>rosos, y según se <strong>de</strong>cía,<br />

compró el primer <strong>de</strong>stino con su mano, casándose con una muchacha muy fea a quien<br />

dio malísimos tratos.<br />

Los que le han juzgado tonto se equivocan, porque era listísimo, y su ingenio, más<br />

bien socarrón que brillante, antes agudo que esclarecido, era maestro en el arte <strong>de</strong> tratar<br />

a las personas y <strong>de</strong> sacar partido <strong>de</strong> todo. Habíase hecho amigo <strong>de</strong> D. Víctor Sáez, y aun<br />

<strong>de</strong>l mismo Rey y <strong>de</strong>l Infante D. Carlos, por sus bajas lisonjas y lo bien que les servía<br />

siempre que encontraba ocasión para ello.<br />

Entonces tenía cincuenta años, y acababa <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l encierro voluntario a que le<br />

redujo el régimen liberal. Había ido a la frontera para llevar no sé qué recados a los<br />

señores <strong>de</strong> la Junta. Me lo dijo, y como no me importaban ya gran cosa los dimes y<br />

diretes <strong>de</strong> los realistas, que no por estar tan cerca <strong>de</strong> la victoria <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> andar a la<br />

greña, fijeme poco en ello, y lo he olvidado. Calomar<strong>de</strong> no era mal parecido ni carecía

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