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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Sin darse cuenta <strong>de</strong> ello le miró con lágrimas. Pero sobrecogida repentinamente <strong>de</strong><br />

miedo, se levantó y corriendo a la ventana se puso a mirar los morales al través <strong>de</strong> los<br />

vidrios. Allí la infeliz imaginó un engaño o salida ingeniosa para justificar su emoción.<br />

Volviose a él segura <strong>de</strong> salir bien <strong>de</strong> tal empeño.<br />

-¿Sabes por qué lloro? Porque me acuerdo <strong>de</strong> tu pobre madre, que murió en mis<br />

brazos, <strong>de</strong>sconsolada por no verte... Dejome un encargo para ti, un paquetito don<strong>de</strong> hay<br />

una carta y varias alhajas, encargándome que a nadie lo fiara y que te lo diera en tu<br />

propia mano. ¡Y yo tan tonta que no te lo he dado aún, cuando no <strong>de</strong>bí hacer otra cosa<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que entraste!... Lo que me confió tu madre no se separa nunca <strong>de</strong> mí... Aquí lo<br />

tengo y voy a traértelo.<br />

Sin esperar respuesta, Sola subió a su habitación y al poco rato puso en manos <strong>de</strong><br />

Monsalud un paquete cuidadosamente cerrado con lacres. Salvador lo abrió con mano<br />

trémula. Lo primero que sacó fue una carta, que besó muchas veces. En pie al lado <strong>de</strong> su<br />

amigo, que continuaba en el sofá <strong>de</strong> paja, Sola no podía apartar los ojos <strong>de</strong> aquellos<br />

interesantes objetos. La carta tenía varios pliegos. Salvador pasó la vista rápidamente<br />

por ellos antes <strong>de</strong> leer. [297]<br />

-¡Mira, mira lo que dice aquí! -exclamó señalando una línea-. Mi madre me suplica<br />

que me case contigo.<br />

-Te lo suplicaba hace mucho tiempo -dijo Sola disimulando su pena con cierta<br />

jocosidad afectada, que si no era propia <strong>de</strong>l momento venía bien como pantalla.<br />

-Necesito una hora para leer esto -dijo Monsalud-. ¿Me permites leerlo aquí?<br />

Sola miró a las ventanas y por un momento pareció aturdida. Su corazón atenazado<br />

le sugería clemencia, mientras la dignidad, el <strong>de</strong>ber y otros sentimientos muy<br />

respetables, pero un poco lúgubres, como los magistrados que con<strong>de</strong>nan a muerte con<br />

arreglo a la justicia, le or<strong>de</strong>naban ser cruel y <strong>de</strong>spiadada con el advenedizo.<br />

-Mucho siento <strong>de</strong>círtelo, hermano -manifestó la joven sonriendo como se sonríe a<br />

veces el que van a ajusticiar-, lo siento muchísimo; pero va a anochecer. Tú que estás<br />

ahora tan razonable, me dirás si es conveniente...<br />

-Sí, <strong>de</strong>bo marcharme -replicó Salvador levantándose.<br />

-Debes marcharte y no volver... y no volver -afirmó ella marcando muy bien las<br />

últimas palabras.<br />

-¿Y qué pensaré <strong>de</strong> ti? [298]<br />

Sola meditó un rato y dijo:<br />

-¡Que me he muerto!<br />

Se apretaron las manos. Sola miraba fijamente al suelo. Fue aquella la <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong><br />

menos lances visibles que imaginarse pue<strong>de</strong>. No pasó nada, absolutamente nada, porque<br />

no pue<strong>de</strong> llamarse acontecimiento el que Doña Sola y Monda se acercase a los vidrios

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