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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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ío, claramente <strong>de</strong>cía a mi amado: -Ve allá y espérame, que voy corriendo, luego que me<br />

sacuda este abejón.<br />

Comprendiéndome al instante, por la costumbre que tenía <strong>de</strong> estudiar sus lecciones<br />

en el hermoso libro <strong>de</strong> mis ojos, se <strong>de</strong>spidió. Bien claro leí yo también en los suyos esta<br />

respuesta: «Allá te espero: no tar<strong>de</strong>s».<br />

Luego que nos quedamos solos, el Marqués reiteró sus ofrecimientos. Parecía que no<br />

rodaba en el mundo más carruaje que el suyo según la oficiosidad con que lo ponía a mi<br />

disposición.<br />

-La tar<strong>de</strong> está hermosa. Deseo pasear un poco a pie, repetí, como quien ahuyenta una<br />

mosca.<br />

-Pues entonces -me contestó estrechándome la mano-, no quiero alejarme <strong>de</strong> aquí;<br />

aún <strong>de</strong>be pasar algo importante. A los pies <strong>de</strong> usted, señora.<br />

Al fin... al fin me soltó aquel gavilán <strong>de</strong> sus impías garras... Mariana y yo nos<br />

dirigimos [<strong>20</strong>9] apresuradamente a la margen <strong>de</strong>l Guadalquivir.<br />

-¡Ahora si que no te me escapas, amor! -pensaba yo.<br />

- XXVI -<br />

Cuán largo me pareció el camino. Mariana y yo íbamos con más prisa <strong>de</strong> la que a dos<br />

señoras como nosotras convenía. Pero aun conociendo que parecíamos gente <strong>de</strong> poco<br />

más o menos, cuando vi la Torre <strong>de</strong>l Oro, los palos <strong>de</strong> los barcos y los árboles que<br />

adornan la orilla, avivé más el paso. No faltaba gente en aquellos <strong>de</strong>liciosos sitios; mas<br />

esto me importaba poco.<br />

-Vamos hacia San Telmo -dije a Mariana-. Creo que es aquel edificio que se ve más<br />

abajo entre los árboles.<br />

-Aquel es.<br />

-Mira tú hacia la izquierda y yo miraré hacia a<strong>de</strong>lante para que no se nos escape.<br />

Dijo que me esperaría en San Telmo.<br />

-Ya le veo, señora. Allí está.<br />

Mariana le distinguió a regular distancia y [210] yo también le vi. Me aguardaba<br />

puntualmente.<br />

-¡Ah, bribón, ya eres mío! -pensé, <strong>de</strong>teniendo el paso, segura al fin <strong>de</strong> que no se me<br />

escaparía.

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