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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Aquel famoso día <strong>de</strong> los terrones <strong>de</strong> azúcar, [217] D. Benigno, luego que con ella se<br />

quedó solo, le preguntó quién era el tal D. Jaime Servet que en sueños nombraba, y ella<br />

quiso explicárselo punto por punto; pero apenas había empezado cuando entraron<br />

Primitivo y Segundo trayendo un gran<strong>de</strong>, magnífico y oloroso ramo <strong>de</strong> rosas que<br />

ofrecieron a Sola con cierto énfasis <strong>de</strong> galantería caballaresca. Los dos muchachos<br />

tuvieron la excelente i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> emplear las dos pesetas que les dio su padre en comprar<br />

flores para obsequiar con ellas a su segunda madre en el fausto día <strong>de</strong> su<br />

restablecimiento; y en verdad que era <strong>de</strong> alabar la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za exquisita con que<br />

procedían los muchachos, probando que en la edad <strong>de</strong> las travesuras no escasea cierta<br />

inspiración precoz <strong>de</strong> acciones generosas y <strong>de</strong> la más alta cortesía. Decir cuánto<br />

agra<strong>de</strong>ció Sola la fineza, fuera imposible, y si el fuerte olor <strong>de</strong> las flores no la marease<br />

un poco, habría puesto el ramo sobre la almohada. Les dio besos y luego pasó el ramo a<br />

Cor<strong>de</strong>ro para que aspirase la rica fragancia.<br />

D. Benigno no cabía en sí <strong>de</strong> satisfacción. Se puso nervioso, se le resbalaron las<br />

gafas nariz abajo, y esta parecía hacerse más picuda, tomando no sé qué expresión <strong>de</strong><br />

órgano inteligente. Sonrisa <strong>de</strong> vanagloria retozaba en sus labios, y aquel aroma parecíale<br />

que llevaba a [218] su alma un regalado confortamiento, una paz <strong>de</strong>leitosa, un gozo, una<br />

esperanza, una vida nueva. Los muchachos, al ver el éxito <strong>de</strong> su hazaña, estaban<br />

soplados <strong>de</strong> orgullo.<br />

D. Benigno se los llevó prontamente a su cuarto y les dijo:<br />

-Tomad... un duro para cada uno. Sois caballeros finos y agra<strong>de</strong>cidos. Muy bien;<br />

muy bien, señoritos: este rasgo me ha gustado mucho. En vez <strong>de</strong> comprar golosinas que<br />

os ensucian el estómago... comprasteis el ramo... pues... Idos a paseo: no vayáis esta<br />

tar<strong>de</strong> al colegio. Yo lo mando... Adiós... un duro a cada uno.<br />

Cuando volvió al lado <strong>de</strong> Sola, Crucita había llevado, para que la enferma los viera,<br />

los pajarillos en cría, pelados y trémulos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l nido, mientras la pájara saltaba<br />

inquieta <strong>de</strong> un palo a otro, y el pájaro ponía muy mal gesto por aquel <strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rado<br />

trasporte <strong>de</strong> la jaula. Sola admiró todo lo que allí había que admirar, la sabiduría y la<br />

paciencia <strong>de</strong> aquellos menudos animalillos que así pregonaban con su manera <strong>de</strong> criar la<br />

sabiduría maravillosa y el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Criador, el cual en todas partes don<strong>de</strong> algo respira<br />

ha puesto un bosquejo <strong>de</strong> la familia humana.<br />

-Lléveselos usted -dijo Sola-, que se asustan y se enojan, y creo que el enojo lo [219]<br />

van a pagar los pequeñuelos, quedándose hoy sin almorzar.<br />

Después cargó Crucita, no sin trabajo, con algunos tiestos <strong>de</strong> minutisa y<br />

pensamientos para que Sola viera cómo con el calor <strong>de</strong> la estación se cubrían <strong>de</strong><br />

pintadas florecillas, las unas formando ramilletes o grupos, como un canastillo <strong>de</strong><br />

piedras preciosas, otras sueltas con diferentes tamaños y matices; pero todas guapas y<br />

alegres. También trajo un lirio que parecía un obispo, vestido <strong>de</strong> largas faldamentas<br />

moradas, un moco <strong>de</strong> pavo que más bien parecía gallo <strong>de</strong> cresta roja, y otras muchas<br />

hierbas que llevaban la alegría a la alcoba, pocos días antes tan silenciosa y tan fúnebre.<br />

¡Con cuánto gusto recibía Sola aquellas visitas! Era la vida que le enviaba aquellos<br />

mensajes para cumplimentarla; era la casa amada que la saludaba con lo más hermoso y<br />

agradable que en sí tenía. Para que nada faltase, vino también la cotorra, a quien Sola<br />

encontró más crecida, vino el loro que le pareció haber sufrido algún <strong>de</strong>sperfecto en su

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