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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Sarmiento se <strong>de</strong>splomó en el suelo, haciendo temblar los ladrillos.<br />

-¡Maldita sea la boca que lo dice!... -murmuró con hondo bramido.<br />

-Siento no po<strong>de</strong>r dar nuevas igualmente lisonjeras a esta señora -añadió el fraile<br />

tomando la mano <strong>de</strong> la joven y estrechándosela entre las suyas-. No puedo <strong>de</strong>cir lo<br />

mismo, ni quiero dar esperanzas que no han <strong>de</strong> verse realizadas. Las circunstancias<br />

obligan al tribunal a ser muy severo... ¡Cómo ha <strong>de</strong> ser! Más pa<strong>de</strong>ció [275] Jesucristo<br />

por nosotros. Si tiene usted resignación, paciencia cristiana; si purificando su alma sabe<br />

<strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rla <strong>de</strong> las miserias <strong>de</strong>l mundo y elevarla al cielo en este trance <strong>de</strong> apariencia<br />

aflictiva, será más digna <strong>de</strong> envidia que <strong>de</strong> lástima.<br />

-¡Maldita sea la boca que lo dice!<br />

Sarmiento al hablar así, arrastrábase hasta el ángulo opuesto.<br />

-¿Qué es la vida? -añadió Alelí tomando un tono melifluo-. Nada, un soplo, aire, una<br />

ilusión. ¿Qué es el tiempo que contamos en el mundo? Nada, un momento. La vida está<br />

allá. ¿Qué importan un sufrimiento pasajero, un dolor instantáneo? Nada, nada, porque<br />

<strong>de</strong>spués viene el eterno gozar y la plácida eternidad en que se <strong>de</strong>leitan los justos. Nadie<br />

es mejor recibido allá que los que aquí han pa<strong>de</strong>cido mucho. Los perseguidos por la<br />

justicia son los primeros entre los bienaventurados. Los pecadores que se <strong>de</strong>puran por el<br />

arrepentimiento y el castigo corporal forman en la línea <strong>de</strong> los inocentes, y todos juntos<br />

penetran triunfantes en la morada celestial.<br />

A esta homilía, dicha con arte y sentimiento, siguió largo silencio. El padre Alelí<br />

suspiraba. Su mucha práctica en consolar a los reos <strong>de</strong> muerte no había gastado en él los<br />

tesoros [276] <strong>de</strong> sensibilidad que poseía, antes bien, los había enriquecido más. Estaba<br />

sujeto a gran<strong>de</strong>s aflicciones por razón <strong>de</strong> su oficio y se i<strong>de</strong>ntificaba tanto con sus<br />

penitentes, que <strong>de</strong>cía: «Me han ahorcado ya doscientas veces y tengo sobre mí un par <strong>de</strong><br />

siglos <strong>de</strong> presidio».<br />

Después que cobró ánimos, habló así:<br />

-Hoy he visto a esa señora; ¡qué angelical bondad la suya! Está <strong>de</strong>sesperada por no<br />

haber podido conseguir cosa alguna en pro <strong>de</strong> usted. Sin embargo, no ce<strong>de</strong> en su<br />

empeño... aún tiene esperanza... Yo, si he <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir la verdad, ya no la tengo.<br />

-Yo tampoco la tengo ni la quiero -dijo Soledad con un arranque <strong>de</strong> unción<br />

religiosa-. Me resigno a mi <strong>de</strong>sgraciada suerte y sólo espero morir en Dios.<br />

Por gran<strong>de</strong>s que sean los bríos <strong>de</strong> un alma valerosa, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l morir y <strong>de</strong> un morir<br />

violento, antinatural y vergonzoso la turba y la acomete con fiera sacudida, prueba clara<br />

<strong>de</strong> que sólo a Dios correspon<strong>de</strong> matar. Sola <strong>de</strong>rramó algunas lágrimas y el fraile notó<br />

que sus heladas manos temblaban. Ya a aquella hora, que era la <strong>de</strong>l medio día, habían<br />

aparecido, puntuales en su cuotidiana visita, las clarida<strong>de</strong>s advenedizas que se paseaban<br />

por el cuarto. A favor <strong>de</strong> ellas se distinguían bien los tres personajes: [277] el fraile<br />

sentado en la silla, todo blanco y puro como un ángel secular que hubiera envejecido,<br />

Soledad <strong>de</strong> rodillas ante él, vestida <strong>de</strong> negro, mostrando su cara y sus manos <strong>de</strong> una<br />

pali<strong>de</strong>z transparente, D. Patricio echado en el rincón opuesto, con la cara escondida

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