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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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estaban tendidos horizontalmente, semejando no ya enfermos sino verda<strong>de</strong>ros cadáveres<br />

que no volverían a la vida aunque les royeran ratones mil; otros estaban inclinados<br />

sobre sus compañeros, como borrachos o mal heridos, y los menos aparecían<br />

completamente <strong>de</strong>rechos y erguidos. Estos eran los que se asían a las rejillas y aun<br />

echaban fuera sus cintas rojas cual si meditaran una evasión arriesgada. En el más alto<br />

andamio <strong>de</strong> la sepulcral estantería Jenara vio una colección <strong>de</strong> objetos que semejaban<br />

tinajas negras, alternando con otros que si no eran avechuchos disecados, lo parecían.<br />

Eran los sombreros que había usado [228] D. Felicísimo en su larga vida, y que en aquel<br />

retiro estaban gozando <strong>de</strong> una pingüe jubilación <strong>de</strong> polvo y telarañas, ilusionados aún<br />

con remozarse y pasar a cubrir las cabezas <strong>de</strong> otra generación menos ingrata que la<br />

pasada.<br />

Todo lo que <strong>de</strong>cimos iba pasando por la fantasía <strong>de</strong> Jenara, y <strong>de</strong>spués esta se fijó en<br />

la mesa, don<strong>de</strong> aquella noche había, no ya un montón, sino una cordillera <strong>de</strong> legajos por<br />

cuya recortada cima aparecía <strong>de</strong> vez en cuando la cara <strong>de</strong> D. Felicísimo, iluminada <strong>de</strong><br />

lleno por la lámpara, como luna que platea las cumbres <strong>de</strong> los montes. En aquella altura<br />

que podría ser Calvario estaba el Cristo <strong>de</strong> la espalda en llaga y <strong>de</strong>l cuello en soga, y era<br />

<strong>de</strong> ver cómo volvía su rostro ensangrentado hacia la pezuña <strong>de</strong> macho cabrío,<br />

pidiéndole misericordia, y cómo no hacía maldito caso la pezuña, sólo ocupada en<br />

oprimir duramente, cual si quisiera patearla, una carta en cuyo sobrescrito se leía:<br />

Al Sr. D. Jaime Servet. -Posada <strong>de</strong>l Dragón. [229]<br />

- XXIII -<br />

Jenara no vio tal carta. Llamáronla a cenar y cenó. Después doña María <strong>de</strong>l Sagrario,<br />

siguiendo su tradicional costumbre, que por lo infalible <strong>de</strong>bía haberse puesto en el<br />

Almanaque, se quedó dormida en un sillón, mientras Micaelita y Bragas, que acababa<br />

<strong>de</strong> entrar, se secreteaban <strong>de</strong> lo lindo en el comedor. La dama huésped esperó a que<br />

Tablas y la criada cenasen también para ir con aquel al rincón <strong>de</strong> los muebles viejos<br />

don<strong>de</strong> solían hablar <strong>de</strong> cosas reservadas. Llegó la ocasión y Tablas, que obe<strong>de</strong>cía<br />

servilmente a la señora y era como un esclavo, por la cuenta que le tenía, contestó a las<br />

apremiantes preguntas <strong>de</strong> esta manera:<br />

-Fue a las dos en punto. El señorito don José, el Sr. D. Celestino y yo habíamos<br />

convenido en que las dos era la mejor hora. Yo di al carcelero las onzas que me dio el<br />

Sr. D. Celestino y el carcelero pidió más, y le llevé más, y luego dijo que no era<br />

bastante y se le dieron otras pocas onzas. Al preso le llevé las mangas con galones <strong>de</strong><br />

teniente coronel, y la gorra <strong>de</strong> cuartel, que eran el trapo para engañar [230] a cualquier<br />

carcelero <strong>de</strong> sentido. Ya se le había llevado puñal y pistola y un cinto <strong>de</strong> onzas, que son<br />

la mejor brega para parar los pies a la justicia y hacerla que obe<strong>de</strong>zca al engaño. El<br />

carcelero y yo habíamos convenido en correr el cerrojo sin echarle el gancho, y D.<br />

Salustiano tenía ya una cuerda para <strong>de</strong>scorrerle <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro. Para que no hiciera ruido<br />

untamos <strong>de</strong> aceite al cerrojo. El preso salió: yo no sé cómo se las compuso para que no<br />

ladraran los dos gran<strong>de</strong>s perros que se quedan todas las noches en el pasillo. Debió <strong>de</strong><br />

echarles pan o hacerles maleficio, porque aquellos animales no se empapan en el

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