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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-Pues Veguita dijo una cosa al oído <strong>de</strong> Gallego... y <strong>de</strong>spués acercose a mí<br />

poniéndose <strong>de</strong> puntillas, porque él es muy pequeño y yo más que regularmente alto, y<br />

me dijo también cuatro palabras al oído.<br />

-¿Qué? -preguntó con mucha curiosidad Cor<strong>de</strong>ro.<br />

-Pues no faltaba más sino que os fuera a revelar lo que se me confió como un<br />

secreto. [118]<br />

- XII -<br />

-¡Barástolis!, que estamos enterados -dijo Cor<strong>de</strong>ro comiéndose las últimas almendras<br />

<strong>de</strong>l postre.<br />

Pero el famoso Alelí no paró mientes en estas palabras, y empezó a rezar en acción<br />

<strong>de</strong> gracias por la comida. Poco <strong>de</strong>spués se habían levantado los manteles, y los<br />

muchachos, bien fregoteadas las manos y la boca, tornaron a la escuela. D. Benigno,<br />

que acostumbraba dormir muy breve siesta, la suprimió aquel día y bajó sin <strong>de</strong>mora a la<br />

tienda porque la comida había sido aquel día más larga que <strong>de</strong> ordinario. Doña Crucita<br />

que no podía pasarse sin su regalado sueño <strong>de</strong> dos o tres horas, se fue a su cuarto,<br />

llevando en un plato las golosinas con que solía obsequiar en tal hora a sus queridas<br />

alimañas, y tras ella se fue Juan Jacobo, con el sombrerón <strong>de</strong>l padre Alelí encajado en la<br />

cabeza hasta tocar los hombros, y en la mano un látigo que él mismo había hecho con<br />

una orilla <strong>de</strong> paño amarrada al mango roto <strong>de</strong> un molinillo <strong>de</strong> chocolate. Alelí buscó el<br />

blando acomodo <strong>de</strong> un sillón que en el testero <strong>de</strong>l comedor estaba, y que parecía <strong>de</strong>cir<br />

dormid en mí [119] con la suave hondura <strong>de</strong> su asiento, la inclinación <strong>de</strong> su viejo<br />

respaldo gordinflón y la curva <strong>de</strong> sus cariñosos brazos. Allí dormía antaño la siesta doña<br />

Robustiana, y allá solía hacer sus digestiones el buen Alelí, las cuales no eran difíciles,<br />

por ser él la sobriedad misma.<br />

Para mayor comodidad Sola le ponía <strong>de</strong>lante una silla para que estirase las piernas, y<br />

tras <strong>de</strong> la cabeza una mofletuda almohada <strong>de</strong> su propia cama, con lo que el padre estaba<br />

tan bien, que ni en la misma gloria. Aquella tar<strong>de</strong>, cuando Sola trajo silla y almohada, el<br />

fraile le tomó una mano, y mirándola con sus ojos soñolientos, le dijo: -Cor<strong>de</strong>ra...<br />

Sonriendo como la misma bondad sonreiría, Sola acomodó en la almohada la<br />

venerable cabeza que parecía la <strong>de</strong> un santo, y dijo así:<br />

-¿Qué me quiere Su Reverencia?<br />

-Cor<strong>de</strong>ra -murmuró el fraile sonriendo también como un bienaventurado-, vete al<br />

cuarto <strong>de</strong> Benigno, y en el chaquetón, bolsillo <strong>de</strong> la izquierda... ¿entien<strong>de</strong>s?<br />

-Sí, un cigarrito.<br />

-Se me olvidó pedírselo antes que bajara...

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