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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-¡Por vida <strong>de</strong> ochenta millones <strong>de</strong> Chilindrainas! -gritó Sarmiento poniéndose <strong>de</strong> un<br />

salto en pie-, no me digas que tú serás con<strong>de</strong>nada a muerte sin mí, porque me vuelvo<br />

loco, porque soy capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>rribar <strong>de</strong> un puñetazo esas férreas puertas, y hacer añicos a<br />

Chaperón y los <strong>de</strong>más jueces, y <strong>de</strong>moler a puntapiés la cárcel y pegar fuego a Madrid<br />

entero... ¡Tú con<strong>de</strong>nada a muerte!<br />

-Somos los fanales <strong>de</strong>l género humano.<br />

-No, no, esa es una figura <strong>de</strong> retórica, tonta -dijo el fanático pasando <strong>de</strong>l tono trágico<br />

al familiar-. Aquí no hay más fanal que yo. Tú me acompañas en mi última hora, me<br />

acompañas, ¿entien<strong>de</strong>s?... pero no mueres. ¡Morir tú!... ¿por qué, ángel <strong>de</strong>licado e<br />

inocente?... ¿Habrá un juez que falle tal infamia?... Si tu muerte no es provechosa a la<br />

santa causa... ¿A qué ni para qué? Yo solo, yo solo, ¿lo entien<strong>de</strong>s bien? ¡yo solo! Este es<br />

el <strong>de</strong>stino, esta la voluntad, esto lo que está trazado en los libros inmortales, cuyos<br />

renglones dicen a cada siglo sus gran<strong>de</strong>zas, a cada generación su papel, a cada hombre<br />

su puesto... Pobre y <strong>de</strong>svalida niña <strong>de</strong> mis entrañas, no me digas que vas a morir<br />

también, porque me siento cobar<strong>de</strong>, me convierto <strong>de</strong> águila majestuosa en tímido<br />

jilguerillo, se me van las [271] i<strong>de</strong>as sublimes, se me achica el corazón, me trastorno<br />

todo, me siento caer <strong>de</strong>splomándome como una torre secular que es sacudida por<br />

temblores <strong>de</strong> tierra, me evaporo, niña mía, <strong>de</strong>sfallezco, <strong>de</strong>jo <strong>de</strong> ser un Cayo Graco para<br />

no ser más que un Juan Lanas.<br />

Arrastrándose por el suelo, Sarmiento tanteaba con las manos en la oscuridad hasta<br />

que dio con el cuerpo <strong>de</strong> Sola. Echándose entonces como un perro, hundió la cabeza en<br />

su regazo. Soledad no dijo nada.<br />

- XXIII -<br />

Prolongábase el silencio <strong>de</strong> ambos cuando se abrió la puerta <strong>de</strong>l calabozo y entraron<br />

dos personas: el carcelero y el padre Alelí. Acostumbraba el buen sacerdote visitar a los<br />

presos para consolarles u oírles en confesión, y frecuentemente pasaba largos ratos con<br />

alguno <strong>de</strong> ellos hablando <strong>de</strong> cosas festivas, con lo cual se amenguaban las tristezas <strong>de</strong> la<br />

cárcel. Era el padre Alelí un varón realmente santo y caritativo: su bondad se mostraba<br />

en dos especies <strong>de</strong> manías: dar almendras a los muchachos <strong>de</strong> las calles y palique a los<br />

presos. Parecía [272] que unos y otros eran su familia y que no podía vivir sin ellos.<br />

Con su fórmula <strong>de</strong> costumbre saludó a nuestros dos infortunados amigos, que apenas<br />

distinguían en la lobreguez <strong>de</strong>l cuarto la escueta figura blanca <strong>de</strong>l fraile, vaga, semifantástica,<br />

cual un capricho <strong>de</strong> la oscuridad para engañar a los ojos. El padre Alelí tocó<br />

en tierra y en las pare<strong>de</strong>s con un palo, como los ciegos, y al mismo tiempo <strong>de</strong>cía:<br />

-¿Pero dón<strong>de</strong> están uste<strong>de</strong>s?... ¡Ah! ya toco aquí un cuerpo.<br />

Soledad, tomándole <strong>de</strong>l brazo, le ofreció una silla.

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