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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Pasado algún tiempo, oyose reproducida a lo lejos la misma algazara en el techo.<br />

Parecía que reñían en la sombra <strong>de</strong> los pasillos los ejércitos <strong>de</strong> alimañas y que había<br />

retiradas tumultuosas, furibundas embestidas, [369] victorias súbitas, heroicos choques<br />

y horribles <strong>de</strong>smayos. Carnicero <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r a aquel fragor lejano y empujó la<br />

pared, queriendo vencer el obstáculo que, según él, le impedía llegar a su cómodo<br />

asiento.<br />

-Digo que necesito llegar a mi sillón -repitió-. ¿Quién eres tú?<br />

Alzó los alucinados ojos el anciano y vio lo que en la mitad <strong>de</strong> la pared había. Era un<br />

hermoso cuadro, retrato <strong>de</strong> Fernando VII, colgado allí treinta años antes, y que D.<br />

Felicísimo había contemplado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su asiento muchas veces, recreándose en la<br />

perfección <strong>de</strong> la pintura y en la exactitud <strong>de</strong>l parecido. El cuadro era bueno y<br />

representaba a Su Majestad en gran uniforme, <strong>de</strong> medio cuerpo, con aire y bríos<br />

juveniles, nariz luenga, cabellos negros, ojazos llenos <strong>de</strong> relámpagos y aquella<br />

expresión sensual y poco simpática que caracterizó al Deseado Aborrecido. Tan<br />

trastornado estaba Carnicero, que le parecía ver por primera vez aquella figura en su<br />

gabinete, y retrocedió con cierto espanto. Mas reponiéndose y haciéndole frente, como<br />

si también la figura hacia él caminase, se encaró con ella, amenazando con su semblante<br />

plano el pintado rostro <strong>de</strong>l Rey, y le dirigió estas arrogantes palabras (<strong>16</strong>) :<br />

-¿Qué tal le va a Vuestra Majestad en los Infiernos?... ¡Ah! Perfectamente sin duda.<br />

Vuestra Majestad lo ha querido. ¿Qué tal saben los tizonazos? Yo me permito <strong>de</strong>cir a<br />

Vuestra Majestad con todo respeto que Vuestra Majestad está bien don<strong>de</strong> está. Las<br />

cosas vuelven a su natural ser, y el Reino se ha salvado. España está libre <strong>de</strong> su monarca<br />

impuro y acepta el dulcísimo yugo <strong>de</strong> ese arcángel a quien Dios hizo nacer hermano <strong>de</strong><br />

Vuestra Majestad Real.<br />

Calló el viejo y siguió mirando la figura, que <strong>de</strong> agradable se hizo repentinamente<br />

espantosa, porque sus ojos echaron llamas, su nariz tomó las dimensiones <strong>de</strong> elefantina<br />

trompa, y su mano soltó el bastón <strong>de</strong> mando para echarse fuera <strong>de</strong>l cuadro... La mano,<br />

sí, se echó fuera <strong>de</strong>l cuadro, y todo el cuerpo <strong>de</strong>l Rey salió en seguida cual si traspasase<br />

el umbral <strong>de</strong> una puerta. D. Felicísimo retrocedió sintiendo que su valor se extinguía,<br />

que sus bríos se aplacaban, que toda su sangre se congestionaba en el corazón. Vio venir<br />

la horrenda estampa <strong>de</strong>l Rey cubierto <strong>de</strong> galones y cruces; vio que el brazo se extendía,<br />

que la mano se alargaba y le cogía por la muñeca, a él, el pobre anciano flaco y canijo;<br />

sintió que aquella mano pesada como el sueño y más fría, mucho más fría que el<br />

mármol apretaba sus huesos hasta <strong>de</strong>shacerlos, mientras los ojos fulgurantes <strong>de</strong>l<br />

Deseado le traspasaban con mortífero rayo. El pobre anciano no podía gritar, ni<br />

<strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> aquella tenaza, ni siquiera encomendarse a Dios, porque había en su<br />

mente una perturbación horrible y se [370] volvía tonto. La imagen infernal no sólo le<br />

atenazaba sino que se le llevaba [371] consigo, empujándole a profundida<strong>de</strong>s negras<br />

abiertas por el <strong>de</strong>lirio y pobladas <strong>de</strong> feos <strong>de</strong>monios.<br />

Y así pasó un rato sin que cesasen los efectos <strong>de</strong>l licor que tan alevosamente tomara<br />

el nombre y la figura <strong>de</strong>l Jerez. Mientras a D. Felicísimo se le antojaba realidad el<br />

<strong>de</strong>svarío que hemos <strong>de</strong>scrito, la realidad era que el retrato estaba en su sitio y D.<br />

Felicísimo tendido en el suelo en completo trastorno físico y mental, sumergido en las<br />

tenebrosas honduras <strong>de</strong> la embriaguez. El buen señor no oyó, pues, los fúnebres<br />

maullidos <strong>de</strong>l gato; no le vio entrar en la estancia con los bigotes tiesos, el lomo erizado,

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