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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Navarro no fue breve en aquella ocasión, y los escrúpulos sucedían a los escrúpulos,<br />

las consultas a las consultas. Al principio le oyó con paciencia y bondad Zorraquín,<br />

dirigiendo al penitente los más edificantes consuelos; pero tanto y tanto machacaba<br />

Navarro, y dimensiones tales daba al acto <strong>de</strong> limpiar su conciencia, que el buen clérigo<br />

no pudo menos <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar cuán incompatibles eran en aquel caso las funciones <strong>de</strong><br />

comandante <strong>de</strong> armas y las <strong>de</strong> pastor <strong>de</strong> almas. Empezó a sonar en el pueblo ruido <strong>de</strong><br />

tambores tocando llamada. El ejército se iba a poner en marcha, y héteme aquí a uno <strong>de</strong><br />

los más importantes jefes clavado al lecho <strong>de</strong> un moribundo. Abandonar a este cuando<br />

más contrito parecía y más necesitado <strong>de</strong> consuelos, era imposible, y <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> acudir a<br />

don<strong>de</strong> el honor militar y el <strong>de</strong>ber le llamaban también era imposible para Zorraquín.<br />

Colocado él entre estos dos imposibles, pa<strong>de</strong>ció horriblemente en breves instantes. Los<br />

toques <strong>de</strong> clarín y tambor arreciaban [410] y se sentían pasar las tropas por la calle con<br />

algazara y gritos. Las pisadas <strong>de</strong> tantos hombres producían hondo rumor, como mugido<br />

lejanísimo <strong>de</strong> la tierra por tantos pies herida. Cuando Zorraquín oyó el piafar <strong>de</strong> los<br />

caballos, no supo lo que por sí pasaba y un sudor se le iba y otro se le venía, mientras D.<br />

Carlos Garrote, charla que charla, no se contentaba con hablar <strong>de</strong> sí y <strong>de</strong> su conciencia,<br />

sino que se entraba en ciertos laberintos <strong>de</strong> teologías. No le hacía ya maldito caso<br />

Zorraquín, y acariciaba el sable, como si fuera aquella arma necesaria para encaminar<br />

almas al cielo; movía alternativamente una y otra pierna, resollaba fuerte, se acariciaba<br />

la cerdosa barba, hasta que una <strong>de</strong>stemplada voz sonó en la calle, gritando...<br />

«¡Zorraquín!» y tras esta palabra otra no muy edificante ni culta. Como si estallara<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su cuerpo un petardo, se levantó el confesor. No se había podido contener.<br />

-Usted me... dispensará, Sr. D. Carlos -dijo con torpe lengua-, pero mis <strong>de</strong>beres<br />

militares... No se pertenece uno <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se mete en ciertos trotes.<br />

-Sí, sí... vaya usted... ¿Cuántos hombres hay en Elizondo?<br />

-Doce mil y ochenta caballos. Con permiso <strong>de</strong> usted...<br />

Y extendiendo su brazo, murmuró muy a prisa latines que más bien parecían<br />

escupidos que hablados. Des<strong>de</strong> la puerta dijo ego te absolvo; hizo la señal <strong>de</strong> la cruz<br />

como quien da bofetadas en el aire, y echó a correr, arrastrando el sable y tropezando<br />

contra todo lo que se hallaba a su paso. Parecía una bestia recién escapada <strong>de</strong> la jaula,<br />

que busca su libertad entre la muchedumbre. Navarro, al verle salir, dio un gran suspiro.<br />

¿Era porque su conciencia estaba aún algo turbada o por <strong>de</strong>sconsuelo <strong>de</strong> que sus amigos<br />

guerrearan mientras él se moría?<br />

Dejemos a Zorraquín subiendo a su caballo, cosa para él bien distinta <strong>de</strong> subir al<br />

púlpito. La tropa carlista salía <strong>de</strong> Elizondo. En el centro iba D. Carlos con su Estado<br />

Mayor <strong>de</strong> clérigos y generales, y a la cola algunos carros con vituallas y coches con<br />

damas y palaciegos <strong>de</strong> la corte que empezaba a formarse. El reino apócrifo no se habría<br />

creído con visos <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ro, si no tuviera su cola <strong>de</strong> rabillos <strong>de</strong> lagartija.<br />

Navarro empezó a <strong>de</strong>caer <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la confesión, y se aplanó tanto aquella noche,<br />

que no podía moverse y hablaba con mucha dificultad. Su hermano no se movía <strong>de</strong> su<br />

lado.

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