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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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- XXVIII -<br />

Aquella mañana había funcionado con mayor actividad que otros días el aparato <strong>de</strong><br />

trasmisión, establecido por D. Rodriguín entre su carpeta y la <strong>de</strong> su amigo.<br />

-Amice,¿exaudisti hodie susurrationes trapisondarum?<br />

-Utique; vi<strong>de</strong>te carátulam Gratiani. ¡Quantum est ille canguelatus!<br />

-Ecce Ferdinan<strong>de</strong>z, vel a Ferdinando. Ille ahorcabitur cum capillo.<br />

¡Quién le había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir al juguetón estudiante que a las pocas horas <strong>de</strong> estas bromas<br />

había <strong>de</strong> ver morir trágicamente al infeliz Fernán<strong>de</strong>z, maestro dulce, tolerante amigo <strong>de</strong><br />

los buenos alumnos y docto humanista! Rodriguín le vio sorprendido por los sicarios al<br />

salir <strong>de</strong> su celda. Espantado el jesuita ante el horrendo aspecto <strong>de</strong> la multitud,<br />

permaneció un instante perplejo o inmóvil sin acertar a huir, ni a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse, ni siquiera<br />

a traducir su terror en palabras. La plebe aprovechó aquel momento. Fue <strong>de</strong>vorado en<br />

un soplo como seca arista en el fuego.<br />

Rodriguín bajó la escalera. Su temor le daba alas. En el patio vio matar al Padre<br />

Artigas, bibliotecario, y al hermano Elola, ambos cazados ferozmente a lo largo <strong>de</strong> los<br />

claustros, y siguiendo la dirección <strong>de</strong> algunos escolares que huían, refugiose en la<br />

capilla doméstica. Allí estaba el Padre Carasa con algunos colegiales rezando el rosario.<br />

Rodriguín les vio a todos arrodillados pidiendo a Dios misericordia, y quiso imitarles;<br />

pero sus piernas no podían doblarse y eran incapaces <strong>de</strong> todo lo que no fuera correr,<br />

huir, <strong>de</strong>saparecer. Salió <strong>de</strong> la capilla. Era todo pies. Bajó, volvió a subir, y en aquel<br />

viaje anheloso, semejante al <strong>de</strong> la [443] liebre perseguida, vio morir al Hermano<br />

Sancho, el que acompañaba a Gracián en sus paseos y excursiones, y al Hermano<br />

coadjutor Ostolazo, que pereció en el patio y fue arrastrado a la calle por las mujeres. El<br />

pánico horrible redoblaba las fuerzas <strong>de</strong>l macarrónico para correr. Subió a los <strong>de</strong>svanes,<br />

pasó por el sitio a que él y los <strong>de</strong> su pandilla nombraban chupatorium por ser el<br />

escondrijo don<strong>de</strong> fumaban, y al fin se encontró solo. Los rugidos <strong>de</strong> la plebe sonaban<br />

lejos abajo. Rodriguín, al sentirse en salvo, perdió súbitamente las milagrosas fuerzas<br />

que le habían hecho volar, y cayó sin sentido. La colosal energía contractil que<br />

<strong>de</strong>splegara se concentró en su cerebro, haciéndole <strong>de</strong>lirar. La fiebre reprodújole los<br />

mismos peligros <strong>de</strong> que ya parecía libre, y vio los puñales corriendo tras sí. Imaginose<br />

que corría con sobrehumana presteza, sin po<strong>de</strong>r apartarse <strong>de</strong> los ensangrentados aceros;<br />

imaginose que subía a los tejados, seguido tan cerca por los sicarios que sentía su<br />

abrasador aliento. Soñaba (pues como sueño eran sus figuraciones) que se arrojaba <strong>de</strong><br />

cabeza al patio, y que los sayones se arrojaban también <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él. Después subía<br />

como <strong>de</strong>sesperado gato por la cuerda <strong>de</strong> las campanas, y por la misma vía subían<br />

también los puñales terribles. Luego se lanzaba por el interior angosto y húmedo <strong>de</strong> las<br />

cañerías que recibían el agua <strong>de</strong> los tejados, y la turba se precipitaba también por el<br />

interior <strong>de</strong>l tubo, haciendo un ruido semejante al <strong>de</strong>l agua. Seguido siempre y nunca<br />

alcanzado, pero tampoco en salvo, se precipitaba en la iglesia, subía por las pare<strong>de</strong>s,<br />

bajaba por los empolvados altares, y la plebe subía y bajaba con él. Se metía al fin entre

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