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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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costumbre es llevar sobre sí las pesadumbres <strong>de</strong> la vida, como llevamos todos nuestra<br />

ropa.<br />

»Ya está fuera <strong>de</strong> peligro, y gracias a Dios ya sigue bien. Me parece mentira que es<br />

así, y a cada instante tiemblo, figurándome que su cara no recobra tan prontamente<br />

como yo quisiera, los colores <strong>de</strong> la salud. Si la oigo toser, tiemblo, si la veo triste<br />

tiemblo también. Pero D. Pedro Castelló, que es el primer Esculapio <strong>de</strong> España, me<br />

asegura que ya no <strong>de</strong>bo temer nada. Es fabuloso lo que he gastado en médicos y botica;<br />

pero hubiera dado hasta el último maravedí <strong>de</strong> mi fortuna por obtener una probabilidad<br />

sola <strong>de</strong> vida. Mi conciencia está tranquila. Ni sueño ni <strong>de</strong>scanso ha habido para mí en<br />

este período terrible. He olvidado [212] mi tienda, mis negocios, mi persona y al fin con<br />

la ayuda <strong>de</strong> Dios he dado un bofetón a la pícara y fea muerte. ¡Viva la Virgen <strong>de</strong>l<br />

Sagrario, D. Pedro Castelló y también Rousseau que dice aquello tan sabio y profundo:<br />

«no conviene que el hombre esté solo»!<br />

Así hablaba D. Benigno Cor<strong>de</strong>ro en la tienda con un amigo suyo muy estimado, el<br />

marqués <strong>de</strong> Falfán. Y era verdad lo que <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> sus congojas y <strong>de</strong>l gran peligro en que<br />

había puesto a Sola una traidora pleuresía aguda. La naturaleza con ayuda <strong>de</strong> la ciencia<br />

y <strong>de</strong> cuidados exquisitos triunfó al cabo; pero <strong>de</strong>spués recayó la enferma, hallándose en<br />

peligro igual si no superior al primero. Cuanto humanamente pue<strong>de</strong> hacerse para<br />

disputar una víctima a la muerte, lo hizo D. Benigno, ya ro<strong>de</strong>ándose <strong>de</strong> los facultativos<br />

más reputados ya procurando que las medicinas fueran escogidas aunque costaran<br />

doble, y principalmente asistiendo a la enferma con un cuidado minucioso, y con<br />

puntualidad tan refinada que casi rayaba en la extravagancia. Digamos en honor suyo<br />

que había hecho lo mismo por su difunta esposa.<br />

Aunque parezca extraño, Doña Crucita manifestó en aquella ocasión lastimosa una<br />

bondad <strong>de</strong> sentimientos y una ternura franca y solícita <strong>de</strong> que antes no tenían noticia<br />

más que los irracionales. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> gruñir por [213] motivos pueriles, atendía a la<br />

enferma con el más vivo interés, velaba y hacía las medicinas caseras con paciencia y<br />

esmero. Bueno es <strong>de</strong>cir para que lo sepa la posteridad, que doña Crucita tenía en su<br />

gabinete el mejor herbolario <strong>de</strong> todo Madrid.<br />

Cuando D. Pedro Castelló dijo que la enferma no tenía remedio, D. Benigno<br />

manifestó gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> ánimo y resignación. No hizo aspavientos ni habló a lo<br />

sentimental. Solamente <strong>de</strong>cía: «Dios lo quiere así, ¿qué hemos <strong>de</strong> hacer? Cúmplase la<br />

voluntad <strong>de</strong> Dios». La Paloma ladrante, que tenía en su natural genio el quejarse <strong>de</strong><br />

todo, no supo mantenerse en aquellos límites <strong>de</strong> cristiana pru<strong>de</strong>ncia y dijo algunas<br />

picardías inocentes <strong>de</strong> los santos tutelares <strong>de</strong> la casa; pero a solas cuando nadie podía<br />

verla, se limpiaba las lágrimas que corrían <strong>de</strong> sus ojos. La posteridad se enterará con<br />

asombro <strong>de</strong> las palizas que la buena señora daba a sus perros para que no hicieran bulla<br />

ni salieran <strong>de</strong>l gabinete en que estaban encerrados.<br />

Los Cor<strong>de</strong>rillos mayores compartían la pena <strong>de</strong> su padre y tía, y los minúsculos, sin<br />

darse cuenta <strong>de</strong> lo que sentían, estaban taciturnos y con poco humor para pilladas.<br />

Deportados con las cotorras en el gabinete <strong>de</strong> su tía, jugaban en silencio, <strong>de</strong>sbaratando<br />

una [214] obra <strong>de</strong> encaje que Crucita tenía empezada, para rehacerla <strong>de</strong>spués ellos a su<br />

modo. Cuando Sola estuvo fuera <strong>de</strong> peligro y sin fiebre, lo primero que pidió fue ver a<br />

los chicos. Radiante <strong>de</strong> alegría los llevó D. Benigno al cuarto <strong>de</strong> la enferma diciendo:

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