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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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querido señor, y así lo haremos. Conste, pues, que meditó largo rato, y que <strong>de</strong>spués<br />

apareció como ensimismado y lleno <strong>de</strong> confusiones. ¿No se habían disipado sus<br />

recelos? Sin duda no. De su talante sólo pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que tan pronto parecía muy<br />

alegre como muy triste.<br />

Al día siguiente muy temprano, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un sueño ni profundo ni largo, se levantó,<br />

y <strong>de</strong>spachando a toda prisa el <strong>de</strong>sayuno, salió y fue <strong>de</strong>recho en busca <strong>de</strong> un sujeto que<br />

vivía en la calle <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Alba, junto a D. Felicísimo. Aquel era día <strong>de</strong> mala suerte<br />

para el <strong>de</strong> Boteros, porque el individuo a quien buscaba había salido más temprano que<br />

<strong>de</strong> costumbre, <strong>de</strong>jando dicho a sus criados que no le esperaran en todo el día.<br />

-¡Barástolis y más que barástolis! ya podía haber esperado un poco.<br />

-Si llega usted cinco minutos antes -dijo el criado-, le encuentra bajando la escalera.<br />

-Cinco minutos... ¿y cómo había <strong>de</strong> llegar cinco minutos antes, hombre <strong>de</strong> Dios?<br />

¿No ve usted que soy cojo?... ¿no lo ve usted?<br />

-No se incomo<strong>de</strong> usted, caballero.<br />

-¡Malaventurados los cojos -dijo el héroe para sí con tristeza-, porque ellos llegaron<br />

siempre tar<strong>de</strong>!<br />

El señor a quien D. Benigno buscaba con tanto empeño no estaba lejos <strong>de</strong> su casa. Si<br />

Cor<strong>de</strong>ro, en vez <strong>de</strong> retroce<strong>de</strong>r hacia la Merced y calle <strong>de</strong> Carretas con ánimo <strong>de</strong><br />

encontrarle, hubiera seguido hacia San Millán y la calle <strong>de</strong> los Estudios, le habría <strong>de</strong><br />

seguro hallado. Estaba frente a una puerta <strong>de</strong> la citada calle, con la vista fija en un<br />

hombre y en un cal<strong>de</strong>ro, en una mesilla forrada <strong>de</strong> latón, en un enorme perol <strong>de</strong> masa y<br />

en un gancho. En el cal<strong>de</strong>ro que era grandísimo, ventrudo y negro, hervía un mediano<br />

mar amarillo con burbujas que parecían gotas <strong>de</strong> ámbar bailando sobre una superficie <strong>de</strong><br />

oro.<br />

Del líquido hirviente salía un chillón murmullo, como el reír <strong>de</strong> una vieja, y <strong>de</strong>l<br />

hogar o rescoldo, profundo son como el resuello <strong>de</strong> un <strong>de</strong>monio. La llama extendía sus<br />

lenguas, que más bien parecían manos con <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> fuego y uñas <strong>de</strong> humo, las cuales<br />

acariciaban la convexidad <strong>de</strong>l cazuelón, y ora se escondían, ora se alargaban resbalando<br />

por el hollín. El hombre que estaba junto al cazuelón y sobre él trabajaba, habría [309]<br />

pasado en otro país por prestidigitador o por mono, pues sólo estos individuos podrían<br />

igualarle en la ligereza <strong>de</strong> sus brazos y blandura <strong>de</strong> sus manos. En el espacio <strong>de</strong> pocos<br />

segundos metía la izquierda en el cacharro <strong>de</strong> la masa, daba en ella un pellizco, sacaba<br />

un pedazo, que más parecía piltrafa; estrujaba ligerísimamente aquella piltrafa, haciendo<br />

entro sus <strong>de</strong>dos como un pequeño disco u oblea gran<strong>de</strong>; arrojaba esto al hervi<strong>de</strong>ro<br />

amarillo, y en el mismo instante, con una varilla que en la mano tenía, agujereaba el<br />

disco, haciendo un movimiento circular como quien traza signo cabalístico. Unos<br />

cuantos segundos más y el disco se llenaba <strong>de</strong> viento y se convertía en aro. Con un<br />

brusco impulso <strong>de</strong> la varilla echábalo fuera para empezar <strong>de</strong> nuevo la operación. No<br />

será necesario <strong>de</strong>cir que aquellos roscos amarillos, vidriados y tiesos como vejigas eran<br />

buñuelos. Una mujer flaca, bigotuda, con parches en las sienes, y las cejas como dos<br />

parches negros, se ocupaba en poner or<strong>de</strong>nadamente los buñuelos y en espolvorearles<br />

azúcar con un cacharrillo <strong>de</strong> lata, agujereado cual salva<strong>de</strong>ra. La misma mujer <strong>de</strong> los

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