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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-Parece que llora Su Majestad.<br />

-No lo creo -murmuró el obispo acercando también su oído.<br />

Entonces se abrió la puerta y apareció el confesor con las manos cruzadas y el<br />

semblante compungido, imagen exacta <strong>de</strong> la hipocresía. Los cuatro cuchichearon un<br />

momento como viejas chismosas. Media hora <strong>de</strong>spués Cristina les llamó y volvieron a<br />

entrar. Fernando no estaba ya incorporado en su cama sino completamente tendido <strong>de</strong><br />

largo a largo, fijos los ojos en el techo, rígido, pesado, el resuello lento y difícil. Sin<br />

mirar a los que habían sido sus amigos, sus aduladores, terceros <strong>de</strong> sus caprichos<br />

políticos y servidores <strong>de</strong> sus gustos con la lealtad y sumisión <strong>de</strong>l perro, Fernando VII les<br />

manifestó en pocas palabras que aceptaba el sacrificio que se le imponía. Esforzándose<br />

un poco, habló más para exigir secreto absoluto <strong>de</strong> lo acordado hasta que él muriese.<br />

Los tres apostólicos bajaron; encerráronse en un gabinete. Entre tanto, la chusma <strong>de</strong>l<br />

cuarto <strong>de</strong> D. Carlos ardía en impaciencias; las dos infantas estaban tan nerviosas, que no<br />

podía ser más. La historia, que es muy <strong>de</strong>scuidada en ciertas cosas, no dice el número <strong>de</strong><br />

[367] tazas <strong>de</strong> tila que se consumieron aquel día. El obispo, Calomar<strong>de</strong> y Alcudia se<br />

mostraron tan reservados aquella tar<strong>de</strong>, que los carlinos se impacientaban y aturdían<br />

cada vez más. No obstante, algunas palabras optimistas, aunque enigmáticas, <strong>de</strong> Abarca<br />

al salir <strong>de</strong>l gabinete en que los tres se encerraron para exten<strong>de</strong>r el <strong>de</strong>creto-codicilo,<br />

hicieron compren<strong>de</strong>r a la muchedumbre apostólica que las cosas iban por buen camino.<br />

Finalmente, al llegar la noche, y cuando se difundía por Palacio, corriendo y<br />

repercutiéndose <strong>de</strong> sala en sala como un trueno, la voz <strong>de</strong> el Rey ha muerto, el señor<br />

Abarca entró triunfante en la cámara don<strong>de</strong> la corte <strong>de</strong>l porvenir estaba reunida. En su<br />

mano alzaba el reverendo un papel, con el cual parecía amenazar, o que lo tremolaba<br />

como estandarte don<strong>de</strong> estuviera escrita una ley suprema. Moisés bajando <strong>de</strong>l Sinaí no<br />

estaba seguramente más terrible que el señor Abarca cuando, mostrando el <strong>de</strong>cretocodicilo,<br />

exclamó:<br />

-Señores, óiganme.<br />

Oyeron leer con atención profunda y poco faltó para que algunos se prosternaran,<br />

quién por servilismo mezclado <strong>de</strong> entusiasmo, quién por ese especial y no bien<br />

comprendido instinto a lo Nabucodonosor que algunos entes civilizados no pue<strong>de</strong>n<br />

ocultar aunque vistan [368] casaca bordada. Toda la corte <strong>de</strong> D. Carlos estaba allí,<br />

menos D. Carlos, el candidato divino, que a tal hora se hallaba en su oratorio con la<br />

frente humillada y el corazón oprimido, pidiendo a Dios que no quitara la vida a su<br />

hermano.<br />

- XXXIV -<br />

Al llegar aquí, el narrador no pue<strong>de</strong> contener el asombro que le produce el peregrino<br />

suceso que va a referir, y <strong>de</strong>teniendo su relato, exclama: ¡Oh admirables <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> la<br />

Provi<strong>de</strong>ncia!, ¡oh vanidad <strong>de</strong> los cálculos humanos!, ¡oh peligro <strong>de</strong> jugar con las cosas<br />

<strong>de</strong>l Cielo, eslabonándolas con los apetitos e intereses <strong>de</strong> un bando político! De este

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