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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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<strong>de</strong> un realismo espantoso y aterrador que se atribuye al célebre Zarcillo. La escultura<br />

está a la <strong>de</strong>recha y [<strong>16</strong>9] vuelve su rostro dolorido y acar<strong>de</strong>nalado al D. Felicísimo, cual<br />

si le pidiera informes y cuentas, más que <strong>de</strong> los azotes que le han dado los judíos, <strong>de</strong> los<br />

motivos porque está en aquella mesa y entre tal balumba <strong>de</strong> legajos como allí se ven.<br />

Son papeles atados con cintas rojas, paquetes <strong>de</strong> cartas y algunos libros <strong>de</strong> cuentas,<br />

cuyas sebosas tapas indican los años que llevan <strong>de</strong> servicio. La escribanía es <strong>de</strong> cobre,<br />

pues aunque D. Felicísimo posee algunas <strong>de</strong> plata, no las usa, y en la que allí está los<br />

dos cántaros amarillos tienen tinta y arena para seis meses. Las plumas <strong>de</strong> puro<br />

mosqueadas no tienen color, y hay un pisa-papeles que es la pezuña <strong>de</strong> un cabrón<br />

imitada en bronce, y está tan al vivo que no le falta más que correr.<br />

En aquella mesa escribe casi todo el día el Sr. Carnicero, a quien el peso <strong>de</strong> los años<br />

no estorba para seguir trabajando; allí toma su chocolate macho con bollo maimón; allí<br />

come su cocidito con más <strong>de</strong> vaca que <strong>de</strong> carnero, algo <strong>de</strong> oreja cerdosa y algunas<br />

hilachas <strong>de</strong> jamón que el vacilante tenedor busca entre los garbanzos azafranados; allí<br />

duerme la siesta, echando la cabeza sobre las orejeras <strong>de</strong>l sillón; allí se le sirve la cena<br />

que empieza invariablemente en migas esponjosas y acaba en guisado <strong>de</strong> ternera, todo<br />

muy especioso y aromático; [170] allí cuenta el dinero que es, según dicen, el más<br />

constante <strong>de</strong> sus visitadores, y se <strong>de</strong>sliza sin hacer ruido por entre sus <strong>de</strong>dos<br />

alcornoqueños, cual si por virtud rara también el oro se sometiese a tomar las<br />

apariencias <strong>de</strong>l corcho o <strong>de</strong>l pergamino en aquel imperio <strong>de</strong>l silencio; allí recibe a los<br />

que van a ocuparle, y son por lo general clérigos o frailes, y allí está cuando entran<br />

Jenara, Pipaón y Micaelita.<br />

Era ya <strong>de</strong> noche. Un gran candil <strong>de</strong> cuatro mecheros, <strong>de</strong> los cuales sólo dos estaban<br />

encendidos, echaba luz no muy copiosa, que la pantalla dirigía sobre el pupitre. Al<br />

sentir gente, D. Felicísimo alzó la pantalla <strong>de</strong> cobre y entonces la claridad le hirió <strong>de</strong><br />

frente en su cara plana, que parecía un bajo-relieve gótico, roído por los siglos. Pero<br />

esto duró poco tiempo, porque abatiendo la pantalla, volvió la luz a caer forzosamente<br />

sobre los papeles como un estudiante <strong>de</strong>saplicado a quien se obliga a no apartar la vista<br />

<strong>de</strong> los libros.<br />

-¡Oh!... gratias tibi Domine... Bendito Pipaón, ¿usted por aquí? -dijo D. Felicísimo<br />

con agrado-. ¡Oh! ¿Es Jenarita? La misma que viste y calza. Sea muy bien venida a esta<br />

humil<strong>de</strong> morada. ¡Cuánto bueno por aquí! [171]<br />

Y alzando la voz, que era chillona y <strong>de</strong>sapacible, prosiguió:<br />

-Sagrario, Sagrario, ven, mira quién está aquí. Micaelita, di a tu tía que venga, y <strong>de</strong><br />

paso da una voz en la cocina para que me traigan la cena.<br />

Mientras viene doña María <strong>de</strong>l Sagrario, hija <strong>de</strong>l Sr. D. Felicísimo, <strong>de</strong>mos acerca <strong>de</strong><br />

este señor las noticias que son necesarias. Llevaba más <strong>de</strong> cuarenta años en la profesión<br />

<strong>de</strong> agente <strong>de</strong> negocios eclesiásticos, y le había sido tan favorable la fortuna que, según<br />

el dicho público, estaba podrido <strong>de</strong> dinero. Por los rótulos <strong>de</strong> los legajos y papeles que<br />

sobre su mesa estaban, podía venirse en conocimiento <strong>de</strong> la multiplicidad <strong>de</strong> asuntos<br />

que bajo el dominio <strong>de</strong> sus talentos agenciales caían. Él contemplaba con no disimulado<br />

embeleso los dichos rótulos, asemejándose, aunque esté mal la comparación, a un<br />

borracho que antes <strong>de</strong> beber se <strong>de</strong>leita leyendo las etiquetas <strong>de</strong> las botellas. Por un lado<br />

se leía Subcolecturía <strong>de</strong> Espolios, Vacantes, Medias Annatas y Fondo pío beneficial <strong>de</strong>l

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