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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-¡De modo que estaré encerrada aquí hasta [230] las seis! -exclamé llena <strong>de</strong> furor-.<br />

Esto no se pue<strong>de</strong> sufrir, es un abuso, un escándalo. Me quejaré a las autorida<strong>de</strong>s, al Rey.<br />

-El Rey está loco -dijo el viejo con horrible ironía.<br />

-Al Gobierno; me quejaré al Arzobispo. O me <strong>de</strong>jan salir o gritaré <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

iglesia, reclamando mi <strong>de</strong>recho.<br />

Discurrí con agitación in<strong>de</strong>cible por la iglesia, nave arriba, nave abajo, saliendo <strong>de</strong><br />

una capilla y entrando en otra, pasando <strong>de</strong>l patio al templo y <strong>de</strong>l templo al patio. Miraba<br />

a los negros muros buscando un resquicio por don<strong>de</strong> evadirme, y enfurecida contra el<br />

autor <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n tan inicua, me preguntaba para qué existían <strong>de</strong>anes en el mundo.<br />

Los canónigos <strong>de</strong>jaban el coro y se reunían en su camarín, marchando <strong>de</strong> dos en dos<br />

o <strong>de</strong> tres en tres, charlando sobre los graves sucesos. Los sochantres y el fagotista se<br />

dirigían piporro en mano a la capilla <strong>de</strong> música, y los inocentes y graciosos niños <strong>de</strong><br />

coro, al ser puestos en libertad iban saltando, con gorjeos y risas, a jugar a la sombra <strong>de</strong><br />

los naranjos.<br />

Varias veces en las repetidas vueltas que di por toda la iglesia, pasé por la capilla <strong>de</strong><br />

San Antonio. Sin que pueda <strong>de</strong>cir que me dominaban sentimientos <strong>de</strong> irreverencia, ello<br />

es que [231] mi compungida <strong>de</strong>voción al santo había <strong>de</strong>saparecido. No le miré con<br />

aversión, pero sí con cierto enojo respetuoso, y en mi interior le <strong>de</strong>cía:<br />

-¿Es esto lo que yo tenía <strong>de</strong>recho a esperar? ¿Qué modo <strong>de</strong> tratar a los fieles es este?<br />

Mi egoísmo había llegado al horrible extremo <strong>de</strong> pedir cuenta a la Divinidad <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>saires que me hacía. Irritábame contra el Cielo porque no satisfacía mis caprichos.<br />

Pero, ¡maldita hora!, quien a mí me irritaba verda<strong>de</strong>ramente era el Deán tirano que<br />

mandaba encerrar a la gente porque se le antojaba. Des<strong>de</strong> que le vi salir <strong>de</strong>l coro en<br />

compañía <strong>de</strong>l Arcediano, moviéndose muy lentamente a causa <strong>de</strong>l peso <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>scomunal panza, le tuve por un realistón furibundo, sin que por esto me fuese menos<br />

antipático. ¿Por qué habían cerrado las puertas? Por poner el sagrado recinto a salvo <strong>de</strong><br />

una invasión plebeya, e impedir que el bullicio <strong>de</strong> los vivas y mueras turbase la santa<br />

paz <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Dios. A pesar <strong>de</strong> su celo no pudo el señor Deán conseguirlo, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

patio oíamos claramente los gritos <strong>de</strong> la muchedumbre y el paso <strong>de</strong> la caballería. La<br />

Giralda cantó las cinco, cantó las seis, y aquella <strong>de</strong>plorable situación no cambiaba ni las<br />

puertas se abrían, ni se <strong>de</strong>svanecía el rumor [232] <strong>de</strong>l pueblo. Yo creo que si aquello se<br />

prolonga <strong>de</strong>masiado, me atrevo a <strong>de</strong>cir dos palabras al buen canónigo encerrador. Por<br />

fin no era yo sola la impaciente: otras muchas personas, encerradas como yo, se<br />

quejaban igualmente, y todos nos dirigíamos en alarmante grupo al sacristán (12) ; pero sin<br />

conseguir nada.<br />

-Cuando Su Majestad haya salido <strong>de</strong> Sevilla -nos respondía-, o se arma la <strong>de</strong> San<br />

Quintín, o todo quedará tranquilo.<br />

Por fin, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las siete, la puerta <strong>de</strong>l Perdón se abrió y vimos las Gradas y la<br />

gente que iba y venía sin tumulto. Yo me arrojé a la calle como se arrojaría en el agua<br />

aquel cuyos vestidos ardieran. Miraba a un lado y otro; me comía con los ojos a cuantos

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