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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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circunstancias normales; pero entonces todo lo que fuera <strong>de</strong>sastres y yerros <strong>de</strong>l<br />

liberalismo tenía explicación.<br />

Al ver cómo crecía en los pueblos la aversión a las Cortes y al Gobierno, el ejército<br />

perdía el entusiasmo. A su paso, como se levanta polvo <strong>de</strong>l camino, levantábanse nubes<br />

<strong>de</strong> facciosos que al instante eran soldados aguerridos. Así se explica que el ejército <strong>de</strong><br />

Ballesteros, compuesto <strong>de</strong> diez y seis mil hombres, se retirara sin combatir<br />

emprendiendo la inverosímil marcha a Valencia, don<strong>de</strong> podía adquirir algún prestigio<br />

<strong>de</strong>rrotando a Sempere, al Locho y al carretero Chambó, tres nuevos generales o<br />

arcángeles guerreros que le habían salido a la fe.<br />

En Dueñas me a<strong>de</strong>lanté, <strong>de</strong>jando atrás a los franceses; tenía tanta prisa como ellos y<br />

menos estorbos en el camino, aunque los suyos no eran tampoco gran<strong>de</strong>s. ¡Cuánto<br />

<strong>de</strong>seaba yo ver tropas regulares españolas por alguna parte! [124] En verdad, me daba<br />

vergüenza que los hijos <strong>de</strong> San Luis, a pesar <strong>de</strong> que nos traían or<strong>de</strong>n y catolicismo, se<br />

internaran en España tan fácilmente. Con todo mi absolutismo yo habría visto con gusto<br />

una batalla en que aquellos liberales tan aborrecidos dieran una buena tunda a los que<br />

yo llamaba entonces mis aliados. Española antes que todo, distaba mucho <strong>de</strong> parecerme<br />

a los señores frailes y sacristanes que en 1808 llamaban judíos a los franceses y ahora<br />

ministros <strong>de</strong> Dios.<br />

En Somosierra encontré tropas. Eran las <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong> La Bisbal, <strong>de</strong>stinado por las<br />

Cortes a cerrar el paso <strong>de</strong>l Guadarrama, amparando <strong>de</strong> este modo a Madrid. Mis dudas<br />

acerca <strong>de</strong>l éxito <strong>de</strong> aquella empresa fueron gran<strong>de</strong>s. Yo conocía a La Bisbal. ¿Cómo no<br />

había <strong>de</strong> conocerle si le conocía todo el mundo? Fue el que el año 14 se presentó al Rey<br />

llevando dos discursos en el bolsillo, uno en sentido realista y otro en sentido liberal,<br />

para pronunciar el que mejor cuadrase a las circunstancias. Fue el que en 18<strong>20</strong> hizo<br />

también el doble papel <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nancista y <strong>de</strong> sedicioso. La inseguridad <strong>de</strong> sus opiniones<br />

había llegado a ser proverbial. Era hombre altamente penetrado <strong>de</strong>l axioma italiano ma<br />

per troppo variar natura e bella. [125] Yo no comprendía en qué estaba pensando el<br />

Gobierno cuando le nombró. Si los Ministros se hubieran propuesto elegir para mandar<br />

el ejército más importante al hombre más a propósito para per<strong>de</strong>rlo, no habrían elegido<br />

a otro que a La Bisbal.<br />

Pasé con tristeza por entre su ejército. Aquellos soldados, capaces <strong>de</strong>l más gran<strong>de</strong><br />

heroísmo, me inspiraban lástima, porque estaban <strong>de</strong>stinados a <strong>de</strong>sempeñar un papel<br />

irrisorio, como leones a quienes se obliga a bailar. Sentía yo impulsos <strong>de</strong> arengarles,<br />

diciéndoles: «¡Que os engañan, pobres muchachos! No <strong>de</strong>jéis las armas sin combatir. Si<br />

os hablan <strong>de</strong> capitulación, <strong>de</strong>gollad a vuestros generales».<br />

En Madrid hallé un abatimiento superior a lo que esperaba. Se hablaba allí <strong>de</strong><br />

capitular como <strong>de</strong> la cosa más natural <strong>de</strong>l mundo. Sólo tenían entusiasmo algunos<br />

infelices que no servían para nada, el cuerpo <strong>de</strong> coros <strong>de</strong> los clubs y <strong>de</strong> las socieda<strong>de</strong>s<br />

secretas, la gente gritona y también muchos <strong>de</strong> los que habían tirado <strong>de</strong>l coche <strong>de</strong><br />

Fernando VII cuando volvió <strong>de</strong> Francia el año 14. Los absolutistas creían con razón<br />

ganada la partida y afectaban cierta generosidad magnánima. ¡Pobre gente! Algunos <strong>de</strong><br />

estos pajarracos vinieron a visitarme, entre ellos D. Víctor Sáez, y tuve el gusto [126] <strong>de</strong><br />

mortificarles asegurándoles que Angulema traía or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> obsequiarnos con las dos<br />

Cámaras y un absolutismo templado, suavísimo emoliente para nuestra anarquía. Esto

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