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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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perdón general. Se reconciliarán todos los españoles, dándose fraternales abrazos y<br />

amparándose bajo el manto amoroso <strong>de</strong>l Rey.<br />

Yo me eché a reír.<br />

-No es mal perdón el que nos aguarda -dijo Campos con <strong>de</strong>testable humor-. ¡Bonito<br />

manto nos amparará! Ya se ha alborotado la [159] gentuza <strong>de</strong> los barrios bajos, y las<br />

caras siniestras, las manos negras y rapaces, los trabucos y las navajas van apareciendo.<br />

Nada, nada. Tendremos escenas <strong>de</strong> luto y <strong>de</strong> ignominia, otro 10 <strong>de</strong> Mayo <strong>de</strong> 1814.<br />

-¿Será posible? Pues me parece que efectivamente hay algo <strong>de</strong> alboroto en la calle<br />

-dijo mi amiga asomándose al balcón.<br />

Vivíamos en la calle <strong>de</strong> Toledo, que es la arteria por don<strong>de</strong> la emponzoñada sangre<br />

sube al cerebro <strong>de</strong> la villa <strong>de</strong> Madrid en los días <strong>de</strong> fiebre. Cruzaban la calle gentes <strong>de</strong>l<br />

pueblo en actitud poco tranquilizadora. Al poco rato oímos gritar: «¡viva la religión!»,<br />

«¡vivan la caenas!». Fue aquella la primera vez <strong>de</strong> mi vida que oí tal grito, y confieso<br />

que me horrorizó.<br />

Campos no quiso asomarse porque le enfurecían los <strong>de</strong>sahogos <strong>de</strong> la plebe<br />

(mayormente cuando chillaba en contra <strong>de</strong> los liberales) y seguía diciendo:<br />

-Veremos cómo tratan ahora a los hombres honrados que han <strong>de</strong>fendido el or<strong>de</strong>n,<br />

que han procurado siempre contener al <strong>de</strong>mocratismo y a la <strong>de</strong>magogia.<br />

No pu<strong>de</strong> vencer mi natural inclinación a las burlas y le dije:<br />

-Sr. Campos, no doy cuatro cuartos por su pellejo <strong>de</strong> usted. [<strong>16</strong>0]<br />

-Ni yo tampoco -me respondió riendo.<br />

Él, en medio <strong>de</strong> su <strong>de</strong>scontento, esperaba filosóficamente el fin, seguro <strong>de</strong><br />

sobrenadar tar<strong>de</strong> o temprano en el piélago absolutista. Era a<strong>de</strong>más hombre <strong>de</strong> tanto<br />

valor como osadía.<br />

La gente <strong>de</strong> los barrios bajos siguió alborotando todo el día. Moviose la tropa para<br />

mantener el or<strong>de</strong>n, y el general Zayas, que mandaba en Madrid y había firmado la<br />

capitulación aquella misma mañana con los franceses, parecía dispuesto a ametrallar sin<br />

compasión a la canalla. En gran zozobra vivíamos todos los vecinos <strong>de</strong> la Villa, porque<br />

se hablaba <strong>de</strong> saqueo y <strong>de</strong> la aproximación <strong>de</strong> las partidas <strong>de</strong> Bessières, el infante<br />

aventurero, que <strong>de</strong>fendiendo el <strong>de</strong>spotismo quería lograr lo que no pudo conseguir<br />

combatiendo por la República.<br />

Pero la principal causa <strong>de</strong> mi inquietud era no ver a mi lado a la persona que más me<br />

interesaba en aquellos días. Le esperé toda la mañana y toda la tar<strong>de</strong>, y como a ninguna<br />

hora parecía y había hecho promesa <strong>de</strong> visitarme, creí que le pasaba algo <strong>de</strong>sagradable.<br />

Por la noche no pu<strong>de</strong> refrenar mi ardorosa impaciencia y volé a su casa. Tampoco<br />

estaba en ella, y el anciano portero y maestro <strong>de</strong> escuela, armado <strong>de</strong> fusil en medio <strong>de</strong> la<br />

portería, furioso y exaltado [<strong>16</strong>1] cual si acabara <strong>de</strong> escaparse <strong>de</strong> un manicomio, me<br />

inspiró tanto miedo que no quise esperar allí.

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