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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Salvador tuvo que mo<strong>de</strong>rar el paso, al notar que su compañera se sofocaba bastante.<br />

-Usted -dijo esta, aspirando el aire con celeridad, como un fuelle viejo que para<br />

nutrirse necesita agitarse mucho-, ha vivido al parecer lo bastante, para conocer a mucha<br />

gente, tener muchos amigos y presenciar multitud <strong>de</strong> sucesos; pero no lo necesario para<br />

ver pasar épocas y familias, para ver extinguirse las amista<strong>de</strong>s, mudarse las fortunas,<br />

morir las ilusiones y caer en ruinas las cosas más reales <strong>de</strong> la vida.<br />

-Algo y aun algos <strong>de</strong> eso he visto por <strong>de</strong>sgracia, señora -dijo Salvador sorprendido<br />

<strong>de</strong> aquel sentimentalismo que por cierto modo artístico se avenía bien con el empaque<br />

funerario <strong>de</strong> su distinguida interlocutora.<br />

-¡Oh! caballero -exclamó esta <strong>de</strong>teniéndose y clavando en él sus ojos que brillaron<br />

como las últimas ascuas <strong>de</strong> un hachón sepulcral-, ¿no es muy triste ver tanta cosa<br />

muerta en <strong>de</strong>rredor nuestro, y sentir ese frío <strong>de</strong>l alma que dan las memorias marchitas,<br />

cuando pasan? Hacen un murmullo triste como el remolino <strong>de</strong> hojas secas, y dan<br />

escalofríos como la llovizna <strong>de</strong> otoño ¿No es verdad, no es verdad esto?<br />

-Es verdad -dijo Salvador participando <strong>de</strong> aquel escalofrío.<br />

Y vio extinguirse la chispa funeraria en los ojos <strong>de</strong> Salomé, porque sus flacos<br />

párpados cayeron como apagadores <strong>de</strong> iglesia, y <strong>de</strong>jaron el [275] amarillo semblante en<br />

su primitivo aspecto <strong>de</strong> cosa completamente acecinada y seca.<br />

-¡Caballero, tengo un frío horrible! -murmuró la dama temblando-. Vamos a prisa.<br />

El cielo estaba como suele verse en las noches <strong>de</strong> invierno, limpio, estrellado hasta la<br />

profusión, hasta el <strong>de</strong>rroche, cual si saliesen a la bóveda <strong>de</strong>l cielo más astros <strong>de</strong> los que<br />

caben y pugnasen por quitarse el puesto unos a otros. El aire quieto, sereno, tenía un no<br />

sé qué, sólo comparable al fulgor horripilante <strong>de</strong> la cuchilla acabada <strong>de</strong> afilar. Las<br />

estrellas alargaban sus fríos rayos atravesando la inmensa región <strong>de</strong> invisible hielo, y la<br />

luna, pues también había luna, difundía claridad verdosa por calles y plazas. El suelo<br />

parecía el lecho <strong>de</strong> un río que se acaba <strong>de</strong> secar, <strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto su limo lleno <strong>de</strong><br />

fosforescencias. Tres o cuatro calles atravesó la pareja sin <strong>de</strong>cir palabra, y al llegar a un<br />

portal <strong>de</strong> mediano aspecto en la calle <strong>de</strong> las Huertas <strong>de</strong>túvose la muerta viva, y sin soltar<br />

el brazo <strong>de</strong>l caballero, anunció con una sola voz el fin <strong>de</strong> la jornada.<br />

-Ya -dijo con expresión <strong>de</strong> lástima, y luego fue retirando su mano poco a poco para<br />

llevarla a la cabeza, don<strong>de</strong> pedían reparación los pliegues <strong>de</strong> la mantilla y una gue<strong>de</strong>ja<br />

rubia, que <strong>de</strong>sertaba <strong>de</strong> las filas don<strong>de</strong> la había puesto el peine pocas horas antes-. Ya se<br />

ha molestado usted bastante. Bueno ha sido el paseo... y <strong>de</strong>bemos dar gracias a Dios <strong>de</strong><br />

que no nos haya visto nadie, porque si nos hubieran visto... ¡Ah! no sabe usted hasta qué<br />

punto es atrevida la calumnia en estos tiempos... ¿Quién me asegura que mañana no<br />

dirán <strong>de</strong> mí herejías sin cuento por haberme <strong>de</strong>jado acompañar <strong>de</strong> noche por usted?<br />

-Señora, creo que no dirán nada -observó Salvador, reprimiendo la sonrisa que a sus<br />

labios venía.

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