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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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clavar las manos en la verrugosa cara <strong>de</strong> su presa no hubiera quedado sin sentido, presa<br />

<strong>de</strong> un breve síncope. Acudieron todos a ella, y el policía gritó, poniéndose rojo y<br />

horrible:<br />

-¡Al <strong>de</strong>monio con la vieja!... Vamos al momento, o que suban los voluntarios. No<br />

po<strong>de</strong>mos per<strong>de</strong>r el tiempo con estos remilgos.<br />

D. Benigno, cuyo espíritu estaba templado para hacer frente a las situaciones más<br />

terribles, elevose sobre aquella tribulación, como el sol sobre la bruma, e iluminando la<br />

lúgubre escena con un rayo <strong>de</strong> heroísmo que a todos les <strong>de</strong>jó absortos, gritó:<br />

-Vamos, vamos a la cárcel. Ni mi hija ni yo temblamos. La inocencia no tiene miedo,<br />

cobar<strong>de</strong>s sayones... Vamos a la cárcel, al patíbulo, a don<strong>de</strong> queráis, canallas, mil veces<br />

canallas... Yo había vuelto la espalda a la libertad, y la libertad me llama... ¡Allá voy,<br />

i<strong>de</strong>al divino; aquí estoy; a<strong>de</strong>lante!... Vamos, miserables, abandono a mi esposa, a mis<br />

hijos. Todo se queda aquí... Tan miserables sois vosotros como Calomar<strong>de</strong> que os<br />

manda. Vamos a la cárcel, y ¡Viva la Constitución!<br />

Salió bizarra y noblemente, lleno <strong>de</strong> entusiasmo y valor, ro<strong>de</strong>ando con su brazo el<br />

cuello <strong>de</strong> Elena, que al heroico arrojo <strong>de</strong> su padre [<strong>16</strong>8] respondió diciendo también:<br />

-«¡Viva la Constitución!».<br />

Al salir encargó a Soledad que cuidase <strong>de</strong> su madre y <strong>de</strong> sus hermanos. Algo más<br />

pensaba <strong>de</strong>cir; pero los sayones no la <strong>de</strong>jaron. El compañero <strong>de</strong> Mala Mosca se quedó<br />

para registrar la vivienda.<br />

- XIII -<br />

Al día siguiente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las doce, entró Pipaón en la casa, muy agitado y<br />

sudoroso, como hombre que ha subido en pocas horas todas las escaleras <strong>de</strong> las oficinas<br />

<strong>de</strong> Madrid. Halló a D.ª Robustiana en lamentable estado. Yacía la atribulada señora en<br />

cama, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche anterior, lejos <strong>de</strong> calmarse sus ataques nerviosos, se habían<br />

exacerbado a causa <strong>de</strong> la inquebrantable resistencia a tomar alimento. Cuando Pipaón<br />

entró, no podía dar un paso en la estancia, porque estaba casi a oscuras con objeto <strong>de</strong><br />

que la luz no molestase a la señora; mas por los suspiros que oía se fue guiando hasta<br />

que dio con el lecho y pudo distinguir a Solita, sentada junto a este sin apartar la<br />

atención ni un punto <strong>de</strong> su infeliz amiga. [<strong>16</strong>9]<br />

El ilustre cortesano <strong>de</strong> 1815 se sentó, cuidando <strong>de</strong> exhalar también un gran suspiro<br />

para que no se dudase <strong>de</strong> la autenticidad <strong>de</strong> su pena, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> enterarse con mucha<br />

solicitud <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la paciente, dijo así:<br />

-Señora, he visto a Chaperón.<br />

D.ª Robustiana contestó con un quejido lastimero.

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