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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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siglos <strong>de</strong> los siglos!... Gracias, Señor... Mi <strong>de</strong>stino se cumple... No podía ser <strong>de</strong> otra<br />

manera. Jueces, yo os bendigo. Pueblo, mírame en mi trono... Estoy ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> luz.<br />

[298]<br />

- XXV -<br />

La capilla <strong>de</strong> los reos <strong>de</strong> muerte que estaba en el piso bajo y en el ángulo formado<br />

por la calle <strong>de</strong> la Concepción Jerónima y el callejón <strong>de</strong>l Verdugo, era el local más<br />

<strong>de</strong>cente <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong> Corte. No parecía en verdad <strong>de</strong>coroso, ni propio <strong>de</strong> una nación<br />

tan empingorotada que los reos se prepararan a la muerte mundana y salvación eterna en<br />

una pocilga como los <strong>de</strong>partamentos don<strong>de</strong> moraban durante la causa. A<strong>de</strong>más en la<br />

capilla entraban movidos <strong>de</strong> curiosidad o compasión muchos personajes <strong>de</strong> viso,<br />

señores obispos, consejeros, generales, gentiles-hombres, y no se les había <strong>de</strong> recibir<br />

como a cualquier pelagatos. Tomaba sus luces esta interesante pieza <strong>de</strong>l cercano patio,<br />

por la mediación graciosa <strong>de</strong> una pequeña sala próxima al cuerpo <strong>de</strong> guardia; mas como<br />

aquellas llegaban tan <strong>de</strong>bilitadas que apenas permitían distinguir las personas, <strong>de</strong> aquí<br />

que en los días <strong>de</strong> capilla se alumbrara esta con la fúnebre claridad <strong>de</strong> las velas amarillas<br />

encendidas en el altar. Lúgubre cosa era ver al reo, aquel [299] moribundo sano, aquel<br />

vivo <strong>de</strong> cuerpo presente, en la antesala <strong>de</strong> la horca, y oírle hablar con los visitantes y<br />

verle comer junto al altar, todo a la luz <strong>de</strong> las hachas mortuorias. Generalmente los<br />

con<strong>de</strong>nados, por valientes que sean, toman un tinte cadavérico que anticipa en ellos la<br />

imagen <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scomposición física, asemejándoles a difuntos que comen, hablan, oyen,<br />

miran y lloran para burlarse <strong>de</strong> la vida que abandonaron.<br />

No fue así D. Patricio Sarmiento, pues <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que le entraron en la capilla en la para<br />

él felicísima mañana <strong>de</strong>l 4 <strong>de</strong> Setiembre, pareció que se rejuvenecía, tales eran el<br />

contento y la animación que en sus ojos brillaban. Rosicler mustio le tiñó las ajadas<br />

mejillas, y su espina dorsal hubo <strong>de</strong> adquirir por maravilloso don una rectitud y<br />

esbelteza que recordaban sus buenos tiempos <strong>de</strong> Roma y Cartago. Soledad, a quien<br />

permitieron acompañarle todo el tiempo que quisiera, se hallaba en estado <strong>de</strong> viva<br />

consternación, <strong>de</strong> tal modo que ella parecía la con<strong>de</strong>nada y él el absuelto.<br />

-Querida hija mía -le dijo D. Patricio cuando juntos entraron en la capilla-, no<br />

<strong>de</strong>smayes, no muestres dolor, porque soy digno <strong>de</strong> envidia, no <strong>de</strong> lástima. Si yo tengo<br />

este fin mío por el más feliz y glorioso que podría imaginar, [300] ¿a qué te afliges tú?<br />

Verdad es que la Naturaleza (cuyos Códigos han dispuesto sabiamente los modos <strong>de</strong><br />

morir) nos ha infundido instintivamente cierto horror a todas las muertes que no sean<br />

dictadas por ella, o hablando mejor, por Dios; pero eso no va con nosotros, que tenemos<br />

un espíritu valeroso, superior a toda niñería... Ánimo, hija <strong>de</strong> mi corazón. Contémplame<br />

y verás que el júbilo no me cabe en el pecho... Figúrate la alegría <strong>de</strong>l prisionero <strong>de</strong><br />

guerra que logra escaparse y anda y camina, y al fin oye sonar las trompetas <strong>de</strong> su<br />

ejército... Figúrate el regocijo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sterrado que anda y camina y ve al fin la torre <strong>de</strong> su<br />

al<strong>de</strong>a. Yo estoy viendo ya la torre <strong>de</strong> mi al<strong>de</strong>a, que es el Cielo, allí don<strong>de</strong> moran mi<br />

padre, que es Dios, y mi hijo Lucas, que goza <strong>de</strong>l premio dado a su valor y a su<br />

patriotismo. Bendito sea el primer paso que he dado en esta sala, bendito sea también el

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