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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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sólo heredas mi gloria, sino que la compartes, y los dos juntamente, unidos aquí como<br />

lo estuvimos allá, somos llamados...<br />

-Silencio -gritó Chaperón bruscamente-. Responda usted a lo que le pregunto.<br />

¿Cómo se llama usted?<br />

-Excusada pregunta es esa -repuso con aplomo y dignidad D. Patricio-, pues todo el<br />

mundo sabe en Madrid y fuera <strong>de</strong> él que soy Patricio Sarmiento, adalid incansable <strong>de</strong> la<br />

i<strong>de</strong>a liberal, compañero <strong>de</strong> Riego, amigo <strong>de</strong> todos los patriotas, <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong> todas las<br />

Constituciones, amparo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia, terror <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo. Soy el que jamás<br />

tembló <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los tiranos, el que no tiene en su corazón una sola fibra que no grite<br />

libertad, y el que aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muerto sacará la cabeza <strong>de</strong>l sepulcro para gritar...<br />

-Basta -dijo Chaperón, notando que las palabras <strong>de</strong>l reo provocaban murmullos-.<br />

Charlatán es el viejo... Responda usted. ¿Conoce a esta joven?<br />

-¿Que si la conozco? Que si conozco a Sola... Si no temiera faltar al respeto que<br />

<strong>de</strong>bo a todo juez quienquiera que sea, diría que es necia pregunta la que Vuecencia<br />

acaba <strong>de</strong> hacerme. Esta es mi hija adoptiva, mi ángel [217] <strong>de</strong> la guarda, mi amparo, mi<br />

compañera <strong>de</strong> vida, <strong>de</strong> muerte, <strong>de</strong> cielo y <strong>de</strong> inmortalidad. Dios, que dispone todas las<br />

gran<strong>de</strong>zas, así como el hombre es autor <strong>de</strong> todas las pequeñeces, ha dispuesto que este<br />

ángel divino me acompañe también ahora. ¡Admirable solución <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia! Yo<br />

creí haberla perdido y la encuentro junto a mí en la hora culminante <strong>de</strong> mi vida, cuando<br />

se cumple mi <strong>de</strong>stino; aparece a mi lado, no para darme esos triviales consuelos que no<br />

necesita mi corazón magnánimo, sino para compartir mi sacrificio y con mi sacrificio<br />

mi gloria. A<strong>de</strong>lante, señores jueces, a<strong>de</strong>lante. Acaben uste<strong>de</strong>s. Soledad y yo nos<br />

<strong>de</strong>claramos reos <strong>de</strong> amor a la libertad, nos <strong>de</strong>claramos dignos <strong>de</strong> caer bajo vuestras<br />

manos, y confesamos haber trabajado por el triunfo <strong>de</strong>l santo principio, ahora y antes y<br />

siempre, porque para ello nacimos y por ello morimos.<br />

Causaba diversión a los diablillos menores y aun al diablazo gran<strong>de</strong> el <strong>de</strong>senfado <strong>de</strong>l<br />

buen viejo, por lo cual no habían puesto tasa a la charla <strong>de</strong> este. Mas Chaperón, que<br />

<strong>de</strong>seaba concluir pronto, dijo al reo:<br />

-¿Es cierto que esta joven recibió un paquete <strong>de</strong> cartas <strong>de</strong> los emigrados para<br />

repartirlas a varias personas <strong>de</strong> Madrid?<br />

-¿Y eso se pregunta? -replicó Sarmiento [218] como si admirara la candi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l<br />

vestiglo-. ¿Pues qué había <strong>de</strong> hacer sino trabajar noche y día por el triunfo <strong>de</strong> la sagrada<br />

causa?... ¿No he dicho que para eso nacimos y por eso morimos?<br />

Soledad miraba con ojos muy compasivos a su amigo y al juez alternativamente.<br />

Mas pronto <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> mirarlos y se reconcentró en sí misma, mostrando estoica<br />

indiferencia hacia aquel lúgubre diálogo entre un insensato y un verdugo. Había hecho<br />

ya con Dios pacto <strong>de</strong> resignación absoluta y se entregaba a la voluntad divina,<br />

prometiendo no oponer ninguna resistencia a los acci<strong>de</strong>ntes humanos, ni aceptar otro<br />

papel que el <strong>de</strong> víctima callada y tranquila. Entre el instante en que la sacaron<br />

<strong>de</strong>smayada <strong>de</strong> la caverna <strong>de</strong>l gran esbirro hasta aquel en que le pusieron <strong>de</strong>lante al<br />

compañero <strong>de</strong> su infortunio, habían pasado para ella horas muy angustiosas. Pero su<br />

espíritu se había rendido al fin, aceptando la fórmula esencial <strong>de</strong>l cristiano, que es

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