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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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veía disminuir el número <strong>de</strong> los que parecían fieles a su causa, y cada suspiro <strong>de</strong>l Rey<br />

moribundo [358] producía una <strong>de</strong>fección en el débil partido <strong>de</strong> la Reina. El día anterior<br />

aún tenía confianza en la guardia <strong>de</strong> Palacio; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l 18 las<br />

revelaciones <strong>de</strong> algunos servidores leales la advirtieron <strong>de</strong> que, muerto el Rey, la<br />

guardia y probablemente todas las fuerzas <strong>de</strong>l Real Sitio abrazarían el partido <strong>de</strong>l<br />

Infante.<br />

Cristina se vistió en aquellos días el hábito <strong>de</strong> la Virgen <strong>de</strong>l Carmen, y con la saya <strong>de</strong><br />

lana blanca estaba más guapa aún que con manto regio y corona <strong>de</strong> diamantes. No salía<br />

<strong>de</strong> la alcoba regia sino breves momentos, cuando el Rey parecía sosegado y ella<br />

necesitaba ver a sus hijas o <strong>de</strong>sahogar su pena en amargas lágrimas, <strong>de</strong>rramadas sin<br />

testigos en su cámara particular. Allí también había bullicio y movimiento, porque la<br />

servidumbre arreglaba las maletas y embaulaba el ajuar <strong>de</strong> la Reina en previsión <strong>de</strong> una<br />

fuga precipitada.<br />

Por la noche la Reina no dormía tampoco. Sentada junto al lecho <strong>de</strong>l Rey, vigilaba su<br />

enfermedad, atendía a sus dolores, preparaba por sí misma las medicinas y se las daba,<br />

le dirigía palabras <strong>de</strong> esperanza y consuelo, no permitía que los criados hicieran cosa<br />

alguna que pudiera hacer ella, esclava entonces <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>beres <strong>de</strong> esposa con tanto rigor<br />

como la compañera <strong>de</strong>l último súbdito <strong>de</strong>l tirano enfermo. [359] Haciendo entonces lo<br />

que no suelen ni saben hacer generalmente las reinas, aquella joven se puso una corona<br />

<strong>de</strong> esas que no están sujetas a los azares <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stronamiento ni a los <strong>de</strong>saires <strong>de</strong> la<br />

abdicación.<br />

La historia no dice lo que pasó por la mente <strong>de</strong>l atormentador <strong>de</strong> España al ver que<br />

en pago <strong>de</strong> sus violencias, <strong>de</strong> su bárbaro orgullo, <strong>de</strong> sus vicios y <strong>de</strong> su egoísmo brutal,<br />

Dios le enviaba aquel ángel en su última hora para que el autor <strong>de</strong> tantas agonías viera<br />

endulzada la suya y pudiera morirse en paz, como se mueren los que no han hecho daño<br />

a nadie. Cuando se entraba en la alcoba real no se podía ver sin horror el enorme cuerpo<br />

<strong>de</strong>l Rey en el lecho, hinchado, sin movimiento, oprimido por bizmas, ungido con<br />

emplastos que a pesar <strong>de</strong> sus virtu<strong>de</strong>s no vencían los dolores; hecho todo una miseria;<br />

conjunto lastimoso <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdichas físicas, que así remedaban la moral más perversa que<br />

ha informado un alma humana.<br />

Su rostro variaba entre el verdoso <strong>de</strong> la muerte y el amoratado <strong>de</strong> la congestión.<br />

Ligeramente incorporado sobre las almohadas su cabeza estaba inmóvil, su mirada fija y<br />

mortecina, su nariz colgaba cual si quisiera caer saltando al suelo, y <strong>de</strong> su entreabierta<br />

boca no salía sino un quejido constante que en los breves [360] momentos <strong>de</strong> sosiego<br />

era estertor difícil. Por fin le tocaba a él también un poco <strong>de</strong> potro. Debía <strong>de</strong> estar su<br />

conciencia bastante <strong>de</strong>spierta en aquellos momentos, porque no se quejaba <strong>de</strong>sesperado,<br />

como si en el fondo <strong>de</strong> su alma existiese una aprobación <strong>de</strong> aquel horrible<br />

quebrantamiento <strong>de</strong> huesos y hervor <strong>de</strong> sangre que sufría. La cama <strong>de</strong>l Rey por el estado<br />

<strong>de</strong> aquel <strong>de</strong>sdichado cuerpo que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> algún tiempo vivía corrompiéndose, parecía más<br />

bien un ensayo <strong>de</strong> las <strong>de</strong>scomposiciones <strong>de</strong>l sepulcro. Esto sólo es un elocuente elogio<br />

<strong>de</strong> la cristiana abnegación <strong>de</strong> la Reina.<br />

En la alcoba había dos o tres crucifijos e imágenes, todos solicitados por la piedad <strong>de</strong><br />

Cristina para que no permitieran que España se quedase sin Rey. Mas por el momento<br />

no había síntomas <strong>de</strong> que tan noble anhelo fuera atendido, porque Fernando VII se<br />

moría a pedazos. Aquella masa inerte, tan sólo vivificada por un gemido, no era ya Rey

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