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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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sorprendía ahora <strong>de</strong> verso ocupado en puerilida<strong>de</strong>s, y bastaba cualquier síntoma <strong>de</strong><br />

dolencia en Isabelita, para que se olvidase <strong>de</strong> los negocios <strong>de</strong> Estado y <strong>de</strong> los malos<br />

pasos en que andaba la corona. Preguntaba con frecuencia por las más insignificantes<br />

cosas referentes a las niñas, y si Luisita Fernanda daba en no querer mamar, ya había<br />

motivo para graves cuestiones, preguntas y comentarios. Cuando todo iba bien, cuando<br />

las niñas [344] parecían estar sanas y contentas, o Isabelita se quedaba dormida<br />

abrazada a su muñeca, el Rey solía pasear por las anchas cámaras, dando el brazo a<br />

Cristina. Ambos marchaban <strong>de</strong>spacio, porque la cojera <strong>de</strong>l Rey exigía un lento y<br />

cauteloso modo <strong>de</strong> sentar los pies. Cristina hablaba poco <strong>de</strong> negocios políticos, y hacía<br />

pronósticos alegres sobre la salud <strong>de</strong> su marido. La gota, según ella <strong>de</strong>cía, iba cediendo,<br />

y era <strong>de</strong> esperar que en el próximo invierno no hubiese ataques fuertes. El Rey<br />

suspiraba incrédulo, y se acordaba <strong>de</strong> su conducta, que era la premisa lógica <strong>de</strong> su gota.<br />

De pronto cesaba el paseo: Su Majestad se <strong>de</strong>tenía un rato ante el balcón por don<strong>de</strong> se<br />

veía la Plaza <strong>de</strong> Oriente, que entonces era un páramo. Miraba un rato las casas <strong>de</strong><br />

Madrid, y dando un gran suspiro, tornaba al paseo lento y trabajoso. No se oían los<br />

pasos, sino el golpe <strong>de</strong>l fuerte bastón en que se apoyaba el Rey, y que con lúgubre<br />

compás sonaba en el alfombrado suelo.<br />

Des<strong>de</strong> el 19 <strong>de</strong> Julio hasta el 27 <strong>de</strong> Setiembre el Rey sufrió mucho <strong>de</strong> un dolor en la<br />

ca<strong>de</strong>ra izquierda; pero no guardó cama. Sus comidas eran penosas por falta <strong>de</strong> apetito.<br />

Cristina le acompañaba incitándole a tomar alimento con las mil zalamerías que usan,<br />

para estos casos, las mujeres cariñosas. De este modo Fernando se engañaba a sí mismo<br />

algunas veces, creyendo que comía con gana.<br />

El 27 el Rey quiso levantarse <strong>de</strong> la cama; pero advirtió que sus extremida<strong>de</strong>s no le<br />

obe<strong>de</strong>cían. Estaba débil, tan débil que no se podía mover. Vinieron los médicos y le<br />

llenaron <strong>de</strong> cantáridas. La mano <strong>de</strong>recha se hinchó <strong>de</strong> tal modo que parecía una cabeza.<br />

Su Majestad notaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> si un enorme volumen inexplicable, como si otro cuerpo<br />

entrase <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su cuerpo y le invadiese y ocupase poco a poco. Los dolores se<br />

apaciguaron, <strong>de</strong>jándole dormir con pesado y brumoso sueño. El 29 Su Majestad se<br />

encontró torpe para hablar, torpe para discurrir. Empezaba a reinar en él una<br />

indiferencia triste. Le pusieron cantáridas en la nuca. Con esto el Rey <strong>de</strong> España se<br />

reconoció otra vez Rey <strong>de</strong> España. La mostaza, prolongando un reinado, tomó parte en<br />

la historia. Los médicos parecían satisfechos y quisieron ver cenar al Rey. Cristina<br />

dispuso la comida y Fernando comió mejor que los días anteriores. Después dijo, «tengo<br />

sueño», y los médicos salieron para <strong>de</strong>jarle <strong>de</strong>scansar. Era costumbre en él, durante los<br />

últimos tiempos <strong>de</strong> su enfermedad, dormir una breve siesta. Aquel día, Cristina,<br />

quedose con él en la estancia y se sentó al lado <strong>de</strong>l lecho real. El Rey cerró los ojos sin<br />

<strong>de</strong>cir nada, y pareció que se dormía con sueño tranquilo. Cristina le miraba. Una secreta<br />

intuición le <strong>de</strong>cía que se estaba quedando viuda... De repente [345] observó en el rostro<br />

<strong>de</strong> su esposo un movimiento extraño y un cambio <strong>de</strong> color más extraño aún. Llamó con<br />

espanto, entraron los médicos que estaban <strong>de</strong> guardia y el capitán <strong>de</strong> guardias duque <strong>de</strong><br />

Alagón. Los tres médicos, el duque y Cristina contemplaron la cara <strong>de</strong>l Rey. El médico<br />

pulsaba, y luego <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> pulsar, como un piloto que abandona el timón cuando no hay<br />

esperanzas <strong>de</strong> evitar el naufragio. Cinco minutos duró aquel estado, en que cinco<br />

personas miraban un semblante. Pasados los cinco minutos Fernando VII no existía.<br />

Fue una muerte breve, sin aparato, sin agonías tormentosas. Estaba muerto y nadie<br />

tenía la persuasión <strong>de</strong> que el Rey no vivía, porque aquel estado inerte podía ser un<br />

<strong>de</strong>smayo como otras veces. A pesar <strong>de</strong> que los médicos aseguraron que ya no había

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