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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-Ocupaciones graves, gravísimas -repitió Navarro, frotándose las manos-. Por ahora<br />

sólo te diré que, si es verdad lo que me has dicho, resultará que eres digno <strong>de</strong><br />

admiración. Yo no te la niego, y en cuanto a tenerte cariño. Yo me enten<strong>de</strong>ré. El cariño<br />

no es cosa <strong>de</strong> quita y pon. Ya creo que siento un cierto interés por ti y que no me<br />

gustaría verte <strong>de</strong>sgraciado. Pórtate bien, y veremos.<br />

Este tono <strong>de</strong> protección, tan impropio <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> ambos, chocó<br />

extraordinariamente a Salvador; pero su asombro y alarma subieron <strong>de</strong> punto cuando<br />

Navarro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tener un rato las palmas <strong>de</strong> las manos sobre la lumbre, fue hacia su<br />

hermano, y poniéndole sobre el rostro una <strong>de</strong> aquellas manos que quemaban como<br />

plancha <strong>de</strong> hierro, le dijo pausadamente:<br />

-Deja que acabe esta gran campaña, y luego veremos.<br />

Salvador no dijo nada. Sospechaba que en la cabeza <strong>de</strong> su hermano había una i<strong>de</strong>a<br />

monstruosa, y no quiso perseguir aquella i<strong>de</strong>a, temiendo ver confirmada la triste<br />

sospecha. Dejándole que se achicharrase otra vez las manos, se acercó a la ventana para<br />

ver la nevada, que aquel día era abundantísima. Parecía que el mundo navegaba por un<br />

piélago infinito <strong>de</strong> plumas <strong>de</strong> cisne.<br />

Entró a la sazón el padre Zorraquín muerto <strong>de</strong> frío y se sentó a horcajadas en una<br />

silla, frente a la chimenea, extendiendo sus pies hacia el fuego. Poco <strong>de</strong>spués el vivo<br />

calor <strong>de</strong> la llama le obligó a apartarse. Empezó a oscurecer, por ser en aquella estación<br />

las tar<strong>de</strong>s más cortas que la esperanza <strong>de</strong>l pobre, y Doña Hermenegilda dio luz a un<br />

esplendoroso quinqué, competidor <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong> invierno. Cerradas las ma<strong>de</strong>ras, se<br />

prepararon los cuatro a echarse a pechos la larguísima velada, que parecía un siglo,<br />

cuando no era conllevada <strong>de</strong> interesantes y variados entretenimientos. Doña<br />

Hermenegilda hacía media con ligereza suma. Aquella noche necesitó <strong>de</strong>vanar ma<strong>de</strong>jas<br />

<strong>de</strong> hilo, y como no tenía <strong>de</strong>vana<strong>de</strong>ra, prestose, como otras veces, a suplirla el bendito<br />

Padre Zorraquín. Era hombre amabilísimo. El cura charla que charla, y la dueña <strong>de</strong>vana<br />

que <strong>de</strong>vana, parecía que <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> aquel salía la palabra, como <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ja <strong>de</strong><br />

sus manos el hilo, y que Doña Hermenegilda iba envolviendo el interminable discurso,<br />

haciendo <strong>de</strong> él un corpulento ovillo, que bien podría pasar por abultado libro. El cura<br />

hablaba, moviendo brazos y manos con lenta oscilación para que saliese la hebra, el<br />

ovillo crecía, pasando <strong>de</strong> nuez a manzana, <strong>de</strong> manzana a calabaza, y los dos hermanos<br />

oían y callaban, el uno inmóvil, el otro marcando cada vuelta <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ja con un<br />

golpecito dado con las tenazas en el bor<strong>de</strong> [393] <strong>de</strong> la chimenea. Cada vez que el hilo se<br />

<strong>de</strong>slizaba, rozando con el <strong>de</strong>do gordo <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l cura, Navarro daba un<br />

golpe. Era como el ritmo <strong>de</strong> un reló (17) . Creeríase que los cuatro individuos formaban un<br />

mecanismo <strong>de</strong>ntado construido para hablar ovillando, y para ovillar los segundos.<br />

Salvador habría podido pasar por la muestra <strong>de</strong> aquel humano reló (18) , pues su cara no<br />

expresaba nada, a no ser la inmutable tristeza <strong>de</strong> un horario.<br />

¿Qué contaba Zorraquín? Las hazañas <strong>de</strong> Zumalacárregui, que era el asunto obligado<br />

en Pamplona y en toda Navarra. La prolijidad <strong>de</strong>l buen cura no es para imitada aquí,<br />

pues él se había propuesto ser en lo futuro historiador <strong>de</strong> aquella gran guerra, y<br />

apuntaba todas las noticias para reunir materiales. Aprovechándolo todo, lo mismo lo<br />

cierto que lo dudoso, y utilizando lo histórico así como lo anecdótico, allegaba<br />

elementos para un colosal almacén literario que, por fortuna, pereció en un incendio<br />

años a<strong>de</strong>lante.

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