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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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ni siquiera hombre. Hacia el medio día se temió la pérdida absoluta <strong>de</strong> las faculta<strong>de</strong>s<br />

mentales y antes que esto llegara, se reconoció la necesidad <strong>de</strong> dar solución al problema<br />

tremendo. Una chispa <strong>de</strong> razón quedaba en el espíritu <strong>de</strong>l Rey. Era urgente,<br />

indispensable, que a la débil luz <strong>de</strong> esa chispa se resolviese el conflicto. [361]<br />

Cristina hubiera dilatado aquel momento. Ganando algunas horas habría podido<br />

llegar su hermana la Infanta Doña Carlota, mujer <strong>de</strong> mucho brío y resolución que para<br />

aquel caso era <strong>de</strong> perlas. Des<strong>de</strong> que se agravó Su Majestad le habían enviado correos al<br />

Puerto <strong>de</strong> Santa María, rogándola que viniese, y ya la Infanta <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar cerca,<br />

quizás en Madrid, quizás en camino <strong>de</strong>l Real Sitio. Pero el aniquilamiento rápido <strong>de</strong>l<br />

enfermo no permitía esperar más. Entraron, pues, en la real cámara tres figuras<br />

horrendas: Calomar<strong>de</strong>, el <strong>de</strong> Alcudia y el obispo <strong>de</strong> León. La Reina y el confesor <strong>de</strong>l<br />

Rey habían llegado poco antes y estaban a un lado y otro <strong>de</strong> Su Majestad, Cristina casi<br />

tocando su cabeza, el clérigo bastante cerca para hablar al oído <strong>de</strong>l pobre enfermo.<br />

Había llegado un momento en que ninguna alma cristiana podía conservar rencor ante<br />

tanta <strong>de</strong>sdicha. No era posible ver a Fernando VII en aquel trance sin sentir ganas <strong>de</strong><br />

perdonarle <strong>de</strong> todo corazón.<br />

Los tres temerosos figurones se situaron por los pies <strong>de</strong> la cama. Después que uno<br />

tras otro besaron con apariencia cariñosa aquella mano lívida, que había firmado tantas<br />

atrocida<strong>de</strong>s, se sentaron por los pies <strong>de</strong>l lecho. El obispo estaba grave e impotente como<br />

quien, suponiéndose con autoridad divina, se cree por encima [362] <strong>de</strong> todas las<br />

miserias humanas; el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia estaba triste y acobardado por la solemnidad<br />

<strong>de</strong>l momento, y Calomar<strong>de</strong>, el hombre rastrero y vil, cuya existencia y cuyo gobierno no<br />

fueron más que pura bajeza e hipocresía, arqueaba las cejas mucho más que las<br />

arqueaba <strong>de</strong> ordinario, pestañeaba sin cesar y hacía pucheros. Cruel con los débiles,<br />

servil con los po<strong>de</strong>rosos, cobar<strong>de</strong> siempre, este hombre abominable adornaba con una<br />

lagrimilla la traición infame que hacía a su amo al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sepulcro.<br />

Quien presenció aquella escena terrible cuenta que la luz <strong>de</strong> la estancia era escasa;<br />

que los tres consejeros estaban casi en la sombra; que el Rey volvía su rostro hacia la<br />

Reina vestida <strong>de</strong> hábito blanco; que hubo un momento en que el confesor no hacía más<br />

que mor<strong>de</strong>rse las uñas; que la hermosura <strong>de</strong> Cristina era la única luz <strong>de</strong> aquel cuadro<br />

sombrío, intriga política, horrible frau<strong>de</strong>, traidor escamoteo <strong>de</strong> una corona perpetrado en<br />

el fondo <strong>de</strong> un sepulcro.<br />

Cuenta también el testigo presencial <strong>de</strong> aquella escena que el primero que habló, y<br />

habló con entereza, fue el obispo <strong>de</strong> León. Se puso <strong>de</strong> pie y parecía que llegaba al techo.<br />

Su voz hueca <strong>de</strong> sochantre retumbaba en la cámara como voz <strong>de</strong> ultratumba. Aquel<br />

hombre [363] tan rígido como astuto principió tocando una <strong>de</strong>licada fibra <strong>de</strong>l corazón<br />

<strong>de</strong>l Rey; habló <strong>de</strong> las inocentes niñas <strong>de</strong> Su Majestad y <strong>de</strong> la virtuosa Reina, que según<br />

él corrían gran peligro si no pasaba la corona a las sienes <strong>de</strong> Don Carlos. Después pintó<br />

el estado <strong>de</strong>l reino, en el cual, según dijo, no había un solo hombre que no fuera<br />

partidario <strong>de</strong> la monarquía eclesiástica representada por el Infante.<br />

Fernando dio un gran suspiro y fijó sus aterrados ojos en el obispo. Este se sentó.<br />

Puesto en pie Calomar<strong>de</strong> dijo que su emoción al ver en aquel estado al mejor <strong>de</strong> los<br />

Reyes y al mejor <strong>de</strong> los padres, y al mejor <strong>de</strong> los esposos, y al mejor <strong>de</strong> los hombres no<br />

le permitía hablar con serenidad; dijo que se veía en la durísima precisión <strong>de</strong> no ocultar<br />

a su amado soberano la verdad <strong>de</strong> lo que ocurría; que había tanteado el ejército, y todo

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