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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-Quiere <strong>de</strong>cir -balbució Sarmiento-, que estoy preso.<br />

-Ya se lo dirán allá -replicó el polizonte <strong>de</strong>sabridamente-. Andando... Llévenme para<br />

allá al vejete, que aquí nos quedamos dos para <strong>de</strong>spachar esto.<br />

Según la or<strong>de</strong>n terminante <strong>de</strong>l funcionario, (que era un funcionario vaciado en la<br />

común turquesa <strong>de</strong> los cazadores <strong>de</strong> blancos en aquella tenebrosa e infame época),<br />

Sarmiento fue inmediatamente conducido a la cárcel, y sólo por un exceso <strong>de</strong><br />

benevolencia incomprensible y hasta peligrosa para la reputación <strong>de</strong> aquella celosa<br />

policía, le dieron tiempo para ponerse el [211] sombrero, recoger el pañuelo y media<br />

docena <strong>de</strong> cigarrillos.<br />

No se daba cuenta <strong>de</strong> lo que le pasaba el infeliz maestro, y durante el trayecto <strong>de</strong> su<br />

casa a la cárcel <strong>de</strong> Corte, que no era largo, fue con los ojos bajos, el cuerpo encorvado,<br />

las manos a la espalda y en un estado tal <strong>de</strong> confusión y aturdimiento, que no veía por<br />

dón<strong>de</strong> pasaba, ni oía las observaciones picarescas <strong>de</strong> los transeúntes. Cuando entraron<br />

en la cárcel, el anciano se estremeció, revolviendo los ojos en <strong>de</strong>rredor. Su entrada había<br />

sido como el choque <strong>de</strong>l ciego contra un muro, símil tanto más exacto cuanto que D.<br />

Patricio no veía nada <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l tenebroso zaguán por don<strong>de</strong> se<br />

comunicaba con el mundo aquella mansión <strong>de</strong> tristeza y dolor.<br />

Lleváronle al registro y <strong>de</strong>l registro a un patio, don<strong>de</strong> había algunas personas que<br />

imploraban la misericordia <strong>de</strong> los carceleros para po<strong>de</strong>r ver a los <strong>de</strong>tenidos. Hiciéronle<br />

subir luego más que <strong>de</strong> prisa por hedionda escalera que se abría en uno <strong>de</strong> los ángulos<br />

<strong>de</strong>l patio, y hallose en un largo corredor o galería, que parecía haber sido claustro, pero<br />

que tenía entonces tapiadas todas sus ventanas, sin <strong>de</strong>jar más entrada a la luz que unos<br />

ventanillos bizcos en la parte más alta. [212]<br />

Al entrar en la galería, Sarmiento oyó gritos, lamentos, imprecaciones. Era al caer <strong>de</strong><br />

la tar<strong>de</strong>, y como la luz entraba allí avergonzada al parecer y temerosa, <strong>de</strong>teniéndose en<br />

los ventanillos por miedo a que la encerraran también, no se podía distinguir <strong>de</strong> lejos las<br />

personas. Veíanse sombrajos movibles, los cuales, al acercarse a ellos, resultaban ser la<br />

simpática humanidad <strong>de</strong> algún calabocero que entraba en las celdas o salía <strong>de</strong> ellas.<br />

Había centinelas <strong>de</strong> trecho en trecho, cuya vigilancia no podía ser muy gran<strong>de</strong>,<br />

porque a cada instante les era forzoso apartar <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> las celdas a personas<br />

importunas que iban a turbar la tranquilidad <strong>de</strong> los reos. Las llorosas mujeres, abusando<br />

<strong>de</strong> los miramientos a que tiene <strong>de</strong>recho su sexo, molestaban a los señores cabos<br />

pidiéndoles noticia <strong>de</strong> tal o cual preso, dándoles cualquier recadillo verbal o encargo<br />

enojoso, como llevar pan a alguno <strong>de</strong> los muchos hambrientos que se comían los <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las celdas. En una <strong>de</strong> estas <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> estar encerrado un loco furioso, cuya<br />

manía era dar golpes en la puerta, con lo cual estaban muy disgustados los carceleros,<br />

hombres celosísimos <strong>de</strong> la paz <strong>de</strong> la casa. El dolor y la <strong>de</strong>sesperación, callado el uno,<br />

ruidosa la otra, hacían estremecer las frágiles pare<strong>de</strong>s, [213] porque el mezquino<br />

edificio era indigno <strong>de</strong> la rabia que contenía, y a ser tal como a ella cuadraba, hubiera<br />

tenido más piedras que el Escorial y más hondos cimientos que el alcázar <strong>de</strong> Madrid.<br />

Sarmiento fue introducido en una pieza relativamente gran<strong>de</strong>, cuya suciedad parecía<br />

ser resumen y muestrario <strong>de</strong> todas las suertes <strong>de</strong> inmundicia que los años y la incuria <strong>de</strong><br />

los hombres habían acumulado en la in<strong>de</strong>corosa cárcel <strong>de</strong> Corte. En la zona más baja,

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