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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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páginas vivas y reales, abiertas entre la vulgaridad <strong>de</strong> la tertulia y el tedio <strong>de</strong> su casa<br />

solitaria, le cautivaban por todo extremo.<br />

Pero una noche tuvo un encuentro triste. Al entrar en la Plaza <strong>de</strong> Provincia vio una<br />

persona, dos, tres. Eran un hombre cojo, bien envuelto en su capa, una mujer tan bien<br />

resguardada <strong>de</strong>l frío, que sólo se le veían los ojos, y un niño con gabán y bufanda,<br />

mostrando la nariz húmeda y los carrillos rojos <strong>de</strong> frío. Los tres iban en una misma fila:<br />

se <strong>de</strong>tenían en todos los escaparates para ver las mantillas, los lujosos vestidos, las telas<br />

riquísimas, las joyas, y parecían muy gozosos y entretenidos <strong>de</strong> lo que veían. En la<br />

esquina había una castañera. Detuviéronse. El cojo sacó cuartos <strong>de</strong>l bolsillo, la mujer un<br />

pañuelo, compraron, probó el chico y luego siguieron. La mujer agasajó el pañuelo<br />

lleno <strong>de</strong> castañas, como para calentarse las manos con él... Avanzaron... <strong>de</strong>saparecieron<br />

por una puerta.<br />

Salvador se sintió estremecer <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación y envidia. El hombre cojo, el niño, la<br />

placentera unión <strong>de</strong> los tres, los cuartos sacados <strong>de</strong>l bolsillo, los saltos <strong>de</strong>l chico cuando<br />

se estaba haciendo el trato con la ven<strong>de</strong>dora, las castañas, el pañuelo, las manos que<br />

tenían el pañuelo... En vista <strong>de</strong> las insolentes burlas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino, juró no volver a pasar<br />

por allí. [296]<br />

- IX -<br />

El hombre cojo entró en su casa, como hemos dicho, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un ligero<br />

altercado entre la familia por saber cuál había <strong>de</strong> acostarse primero, retiráronse todos.<br />

La paz, el or<strong>de</strong>n, el silencio, la quietud se ampararon <strong>de</strong> todo el ámbito <strong>de</strong> la vivienda, y<br />

bien pronto no hubo en ella un individuo que no durmiese, a excepción <strong>de</strong> aquel buen<br />

señor <strong>de</strong> la cojera, el cual, <strong>de</strong>spierto en su lecho, daba vueltas a una i<strong>de</strong>a como si la<br />

<strong>de</strong>vanase, sacándola <strong>de</strong>l enredado pensamiento al corriente ovillo <strong>de</strong>l discurso.<br />

-Cuanto más cerca veo el día -pensaba-, más in<strong>de</strong>ciso y perplejo me encuentro. ¿Por<br />

qué dudo, <strong>de</strong>cídmelo, Virgen Santa <strong>de</strong>l Sagrario y tú, San Il<strong>de</strong>fonso bendito? ¿Por qué<br />

mi anhelo se ha trocado en vacilación y mi fe en temor <strong>de</strong> causar gravísimo daño? ¿Qué<br />

dices a esto, conciencia [297] pura, qué razones me das? ¿Sale acaso <strong>de</strong> ti esa voz que<br />

siento y que me dice: «<strong>de</strong>tente, ciego?...». Y tú, caviloso Benigno, ¿has notado, por<br />

ventura, frialdad en los afectos <strong>de</strong> ella, arrepentimiento en su voluntad o siquiera<br />

<strong>de</strong>svío? Nada: ella es siempre la misma. Aún me parece más cariñosa, más apegada a<br />

mis intereses, más amante, más diligente... Entonces, mentecato, hombre bobísimo y<br />

pueril, digno <strong>de</strong> salir por esas calles con babero y chichonera, ¿por qué vacilas, por qué<br />

temes?... A<strong>de</strong>lante y cúmplase mi plan, que tiene algo, ¡barástolis! algo, sí, <strong>de</strong><br />

inspiración divina... ¡Ah! ya vienen los malditos dolores... ¡todo sea por Dios! ¡Oh! ¿por<br />

qué te me has torcido en el camino <strong>de</strong>l Cielo, oh pierna?...<br />

Las historias están conformes en asegurar que D. Benigno, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir «¡oh,<br />

pierna!» lanzó un gran suspiro y se durmió como un santo. A la mañana siguiente tenía<br />

la cabeza <strong>de</strong>spejada, el humor alegre. Lo primero que leyó cuando le trajeron la Gaceta<br />

fue el <strong>de</strong>creto convocando a la Nación en Cortes a la usanza antigua, para jurar a la

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