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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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o<strong>de</strong>aron a Maricadalso se asimilaron las opiniones y sentimientos <strong>de</strong> esta. El pueblo es<br />

conductor admirable <strong>de</strong> las buenas como <strong>de</strong> las malas i<strong>de</strong>as, y cuando una <strong>de</strong> estas cae<br />

bien en él, le gana por completo y le inva<strong>de</strong> en masa. Bien pronto la harpía individual<br />

fue una harpía colectiva, un monstruo horripilante que ocupaba media calle y tenía<br />

cuatrocientas manos para amenazar y doscientas bocas para <strong>de</strong>cir: ¡Cosas malas en el<br />

agua!<br />

Quien no piensa nunca, acepta con júbilo el pensamiento extraño, mayormente si es<br />

un pensamiento gran<strong>de</strong> por lo terrorífico, nuevo por lo absurdo. Aquel día habían<br />

ocurrido muchas <strong>de</strong>funciones. Varias familias tenían en su casa un muerto o agonizante.<br />

En presencia <strong>de</strong> una catástrofe o <strong>de</strong>sventura enorme, al pueblo no le ocurren las razones<br />

naturales <strong>de</strong> lo que ve y pa<strong>de</strong>ce. Su ignorancia no lo permite saber lo que es contagio,<br />

infección morbosa, <strong>de</strong>sarrollo miasmático. ¿Y cómo lo ha <strong>de</strong> saber la ignorancia, si aún<br />

lo sabe apenas la ciencia? El pueblo se ve morir con síntomas y caracteres espantosos, y<br />

no pue<strong>de</strong> pensar en causas patológicas. Cristiano <strong>de</strong> rutina, tampoco pue<strong>de</strong> pensar en<br />

rigores <strong>de</strong> Dios. Bestial y grosero en todo, no sabe <strong>de</strong>cir sino: ¡Cosas malas en el agua!<br />

Esta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las cosas malas arrojadas infamemente en la riquísima agua <strong>de</strong> Madrid,<br />

con el objeto puro y simple <strong>de</strong> matar a la gente, cayó en el magín <strong>de</strong>l populacho como<br />

la llama en la paja. No ha habido i<strong>de</strong>a que más pronto se propagase ni que más<br />

velozmente corriese, ni que más presto fuera elevada a artículo <strong>de</strong> fe. ¿Cómo no, si era<br />

el absurdo mismo?<br />

Algunas mujeres subieron a ver el cadáver <strong>de</strong> la hija <strong>de</strong> Maricadalso, cuyo ataúd<br />

acababa <strong>de</strong> traer López. Era una muchacha bonita, cigarrera, con opinión <strong>de</strong> honrada.<br />

Maricadalso subía a su casa, lloraba junto al cuerpo <strong>de</strong> su hija, bajaba a gritar <strong>de</strong> nuevo,<br />

blasfemando, volvía a subir y a llorar... Ya no parecía la Muerte sino la Locura cantando<br />

a su modo el Dies iræ. En tanto veinte, treinta, cuarenta hombres subían hacia la plaza<br />

<strong>de</strong> la Cebada propagando aquel satánico evangelio <strong>de</strong> las cosas malas en el agua.<br />

Encontraron a Timoteo Pelumbres, esposo <strong>de</strong> Maricadalso y padre <strong>de</strong> la muerta. Oyó<br />

este el griterío y soltando las herramientas que llevaba, corrió presuroso a una taberna<br />

don<strong>de</strong> varios hombres disputaban.<br />

-¿Veis? -gritó mostrando el puño-. Todo el mundo lo dice... ¡Han envenenado las<br />

aguas! [436]<br />

Inquieto, feroz y pequeño, Timoteo tenía todas las apariencias <strong>de</strong>l chacal, la mirada<br />

baja y traidora, los músculos ágiles, el golpe certero. Atacaba <strong>de</strong> salto. Era el mismo a<br />

quien vimos haciendo buñuelos en la tienda inmediata a la gran carnecería <strong>de</strong> la<br />

Pimentosa, <strong>de</strong> quien era protegido, lo mismo que su mujer. Era el mismo a quien vimos<br />

hace mucho tiempo, acaudillando la fiera cáfila que asesinó a martillazos al cura<br />

Vinuesa (21) en la cárcel <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> la Cabeza. Aquel tigre pequeño vivió mucho.<br />

Alcanzó los tiempos <strong>de</strong> Chico.<br />

En la taberna hacía falta un orador para electrizar el selecto concurso. Aquel orador<br />

fue Pelumbres, que hablaba mostrando el puño y frunciendo las cejas. Las mujeres<br />

pasaron gritando. Entre ellas se divulgó una <strong>de</strong> esas noticias que electrizan, que<br />

redoblan el entusiasmo y aguzan el soez pensamiento. La noticia era esta: De los dos<br />

chicos a quienes se había sorprendido poco más arriba echando unas tierras amarillas

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