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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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excepción <strong>de</strong> Cristina, los médicos y los ayudas <strong>de</strong> cámara <strong>de</strong> Su Majestad. El Infante<br />

no salía <strong>de</strong>l rincón <strong>de</strong> su cuarto, en que parecía estar recogido como un cenobita que<br />

hace penitencia; pero la bulliciosa Infanta, la implacable princesa <strong>de</strong> Beira, su hijo D.<br />

Sebastián y la mujer <strong>de</strong> este no se daban punto <strong>de</strong> reposo, inquiriendo, atisbando, en<br />

medio <strong>de</strong>l vertiginoso ciclón [339] <strong>de</strong> cortesanos que iba y venía y volteaba con<br />

mareante susurro.<br />

Al fin aparecieron el obispo y el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia, trayendo las nuevas<br />

proposiciones <strong>de</strong> arreglo. ¿Cuáles eran? «¡Una regencia compuesta <strong>de</strong> Cristina y D.<br />

Carlos, con tal que este empeñase solemnemente su palabra <strong>de</strong> no atentar a los <strong>de</strong>rechos<br />

<strong>de</strong> la Princesa Isabel!». Tal era la proposición que a unos parecía absurda, a otros<br />

insolente, a los más ridícula. Hubo exclamaciones, monosílabos <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio y amargas<br />

risas. «¡Los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> Isabelita!». Esta i<strong>de</strong>a ponía fuera <strong>de</strong> sí a la enfática y siempre<br />

hinchada princesa <strong>de</strong> Beira.<br />

¿Y quién sabrá pintar la escena <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> D. Carlos, cuando el obispo y el<br />

ministro le comunicaron la última proposición <strong>de</strong> los Reyes? Por todos los santos se<br />

pue<strong>de</strong> jurar que el que tal escena vio no la olvidará aunque mil años viva. Nosotros que<br />

la vimos la tenemos presente lo mismo que si hubiera pasado ayer, ¿pero cómo acertar a<br />

pintarla? Es tan rica <strong>de</strong> matices y al propio tiempo tan sencilla que es fácil se eche a<br />

per<strong>de</strong>r al pasar por las manos <strong>de</strong>l arte. ¡Pasó allí tan poca cosa y fue <strong>de</strong> tanta<br />

trascen<strong>de</strong>ncia lo que allí pasó!... No hubo ruido; pero en el silencio grave <strong>de</strong> aquella sala<br />

se engendraron las mayores tempesta<strong>de</strong>s españolas <strong>de</strong>l siglo. [340]<br />

Al ver entrar al obispo y al ministro, seguidos <strong>de</strong> las infantas, D. Sebastián y el<br />

agraciadísimo Padre Carranza, D. Carlos se levantó solemnemente. Era hombre que<br />

sabía dar a ciertos actos una majestad severa que contrastaba con su llaneza en la vida<br />

privada. Mientras Alcudia leía el borrador <strong>de</strong>l <strong>de</strong>creto en que se establecía la doble<br />

regencia, la princesa <strong>de</strong> Beira estaba lívida y Doña Francisca mordía las puntas <strong>de</strong>l<br />

pañuelo. Ambas hermanas vestían mo<strong>de</strong>stamente. ¿Quién olvidará sus talles altos, sus<br />

ampulosos senos, sus peinados <strong>de</strong> tres lazos y sus pañoletas <strong>de</strong> colores? Estaban como<br />

dos estatuas <strong>de</strong> la ambición doméstico-palatina, erigidas en el centro <strong>de</strong>l arco que<br />

formaba la comisión <strong>de</strong> príncipes y magnates. Miraban ansiosas a D. Carlos cual si<br />

temieran que el gran<strong>de</strong> amor que al Rey tenía venciera su entereza en aquel crítico<br />

instante, haciéndole incurrir en una <strong>de</strong>bilidad que se confundiría con la bajeza.<br />

D. Carlos no tenía talento ni ambición, pero tenía fe, una fe tan gran<strong>de</strong> en sus<br />

<strong>de</strong>rechos que estos y los Santos Evangelios venían a ser para Su Alteza Serenísima una<br />

misma cosa. Esta fe que en lo moral producía en él la honra<strong>de</strong>z más pura, y en los actos<br />

políticos una terquedad lamentable, fue lo que en tal momento salvó la causa apostólica,<br />

llenando [341] <strong>de</strong> júbilo los corazones <strong>de</strong> aquellos señorones codiciosos y levantiscas<br />

princesas. Mientras duró la lectura, D. Carlos no quitó los ojos <strong>de</strong>l cuadro <strong>de</strong> la<br />

Purísima, a quien sería mejor llamar Capitana por las prerrogativas militares que el<br />

príncipe le había dado. Después hubo una pausa silenciosa, durante la cual no se oyó<br />

más que el rumorcillo <strong>de</strong>l papel al ser doblado por el con<strong>de</strong> <strong>de</strong> la Alcudia. Las infantas<br />

miraban a los labios <strong>de</strong> D. Carlos y D. Carlos se puso pálido, alzó la frente más ancha<br />

que hermosa, y tosió ligeramente. Parecía que iba a <strong>de</strong>cir las cosas más estupendas <strong>de</strong><br />

que es capaz la palabra humana, o a dictar leyes al mundo como su homónimo el <strong>de</strong><br />

Gante las dictaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un rincón <strong>de</strong>l alcázar <strong>de</strong> Toledo. Con voz campanuda dijo así:

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