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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-Hasta mañana.<br />

Cuando se fueron, D. Felicísimo se quedó solo. Tablas se había retirado a su casa, y<br />

la criada, no pudiendo resistir al <strong>de</strong>seo natural <strong>de</strong> hablar con su novio, <strong>de</strong> quien había<br />

recibido aquella tar<strong>de</strong> palabra <strong>de</strong> próximos <strong>de</strong>sposorios, se fue a la carbonería <strong>de</strong>l<br />

número 8. El anciano agente cerró bien la puerta y volvió a su cuarto, único <strong>de</strong> la casa<br />

que tenía luz. Nada <strong>de</strong> esto merece contarse; pero sí lo merece muy mucho el fenómeno<br />

<strong>de</strong> que D. Felicísimo vio las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l cuarto dando vueltas en torno suyo, primero<br />

con lento giro, <strong>de</strong>spués con rapi<strong>de</strong>z mareante. En vano trataremos <strong>de</strong> dar explicación a<br />

este peregrino hecho pidiendo datos a la ciencia <strong>de</strong> los terremotos, o buscando su origen<br />

en la inseguridad <strong>de</strong>l edificio, que era, por <strong>de</strong>sgracia, bastante gran<strong>de</strong> y notoria. Todo<br />

cuanto se diga en este sentido será contrario a las reglas <strong>de</strong> la sana crítica, y así nos<br />

resolvemos a explicar lógicamente aquel volteo <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s por la <strong>de</strong>testable calidad <strong>de</strong>l<br />

vino que bebieron poco antes los tres dignos señores. El vino era tal, que si le hubieran<br />

tomado [368] juramento habría <strong>de</strong>clarado francamente no haber visto en toda su vida las<br />

bo<strong>de</strong>gas jerezanas. Su padre y creador era el tabernero, un gran artífice <strong>de</strong> vidueños que<br />

habría sido capaz <strong>de</strong> fabricar agua, si el agua no estuviera ya fabricada para provecho<br />

<strong>de</strong>l gremio. El aguardiente disfrazado que Tablas trajo <strong>de</strong> la taberna, hizo tal efecto en el<br />

cuerpo <strong>de</strong> D. Felicísimo y <strong>de</strong> tal modo se aposentó en su flaco cerebro, que el buen viejo<br />

perdió el uso regular <strong>de</strong> sus perspicaces faculta<strong>de</strong>s. Como hacía tanto tiempo que no<br />

probaba licores fuertes, su incontinencia <strong>de</strong> aquella noche (disculpable por el motivo<br />

patriótico que la originó) le puso en estado <strong>de</strong> ver las pare<strong>de</strong>s jugando al corro, y le<br />

sugirió extravagancias y puerilida<strong>de</strong>s indignas <strong>de</strong> persona tan respetable. Dando fuerte<br />

golpe en el suelo con su pesado pie, exclamó bruscamente:<br />

-¡Quieta, España, quieta!... ¿Bailas <strong>de</strong> gusto por la felicidad que te ha caído?... Ten<br />

calma, Nación, ten calma y espera tranquila el triunfo <strong>de</strong> tu Rey sacratísimo.<br />

Carnicero creyó que su valiente exhortación al reino danzante había hecho efecto,<br />

porque <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ver movimiento en las pare<strong>de</strong>s.<br />

-Así, así te quiero -dijo dando algunos pasos para llegar a su sillón y sentarse- pero<br />

en vez <strong>de</strong> andar hacia la mesa, dirigiose al testero opuesto. No paró hasta tropezar con la<br />

pared, y al sentir el choque, llenose <strong>de</strong> cólera y dijo:<br />

-¿Quién me estorba el paso?... ¿Quién es el atrevido que no me <strong>de</strong>ja llegar al sillón?<br />

Esperó respuesta; puso atento oído a los rumores que creía sentir. Todo, no obstante,<br />

era silencio. Pero a D. Felicísimo se lo antojó que oía fuertes golpes en la puerta <strong>de</strong> su<br />

casa. «¡Quién!» gritó tres veces poniendo entre cada grito larga pausa <strong>de</strong> espera. Mas un<br />

silencio lúgubre seguía reinando en la mansión <strong>de</strong>sierta. De improviso sintiose por el<br />

techo como un aluvión <strong>de</strong> pisadas tenues, pero en tal número que formaban imponente<br />

estrépito. Eran los ratones que en tropel corrían (15) por aquellas regiones baldías don<strong>de</strong><br />

habían abierto con su habilidad y paciencia infinitos caminos y <strong>de</strong>rroteros.<br />

-¡Ah! -exclamó Carnicero riendo con lastimosa imbecilidad-. Son los reales ejércitos<br />

que van al combate. A<strong>de</strong>lante, bravos batallones. La hora <strong>de</strong>l triunfo se acerca. Que no<br />

que<strong>de</strong> <strong>de</strong> masonismo ni el grueso <strong>de</strong> una uña.

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