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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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sobre la albarda. Era el mismo <strong>de</strong>monio para contar cuentos y para buscar consonantes,<br />

siendo tal en esto su <strong>de</strong>streza que no le arredraban los más difíciles y enrevesados.<br />

El más notable, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estos, era un muchacho que hacía muy malos versos y no<br />

muy buena prosa, medio traductor <strong>de</strong> Homero, casi abogado, casi empleado, casi<br />

médico, que había empezado varias carreras sin concluir ninguna. Sabía lenguas<br />

extranjeras. Tenía veinte años, y en tan corta edad había [62] pasado <strong>de</strong> una infancia<br />

alegre a una juventud taciturna. Tan bruscas eran a veces las oscilaciones <strong>de</strong> su ánimo<br />

arrebatado en un vértigo <strong>de</strong> afectos vehementes, que no se podía distinguir en él la risa<br />

<strong>de</strong>l llanto, ni el dudoso equívoco <strong>de</strong> la expresión sincera. Había en su tono y en su<br />

lenguaje un doble sentido que aterraba y un epigramático gracejo que seducía. Era<br />

pequeño <strong>de</strong> cuerpo y bien proporcionado <strong>de</strong> miembros. A su pelo muy negro<br />

acompañaban bigote y barba precoces, y su color era malo, bilioso, y sus ojos gran<strong>de</strong>s y<br />

tristes. Tenía mala boca y peores dientes, lo cual le afeaba bastante. Fumaba sin<br />

<strong>de</strong>scanso, como si pa<strong>de</strong>ciera una sed <strong>de</strong> humo, que jamás podía aplacarse, y era en su<br />

vestir pulcro, elegante y casi lechuguino.<br />

Educado en Francia, afectaba a veces <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> su nación y la censuraba con<br />

acritud, quejándose <strong>de</strong> ella como el prisionero que se queja <strong>de</strong> la estrechez incómoda <strong>de</strong><br />

su jaula. Frecuentemente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> alborotar en el grupo <strong>de</strong> un café con palabras<br />

impetuosas o mordaces, se retiraba a un rincón rechazando toda compañía, o<br />

<strong>de</strong>spidiéndose a la francesa, huía. Después <strong>de</strong> largas ausencias tornaba a la pandilla con<br />

humor hipocondríaco.<br />

Daba su opinión sobre poesía y literatura con un aplomo y una originalidad <strong>de</strong> [63]<br />

juicios que pasmaba a todos. Ni Veguita ni el tuerto autor <strong>de</strong> comedias tenían<br />

conocimiento, por lo que sus maestros <strong>de</strong> aquí les enseñaban, <strong>de</strong> aquel nuevo y<br />

peregrino modo <strong>de</strong> juzgar, buscando el fondo más bien que la forma <strong>de</strong> las obras. Pero<br />

cuando nuestro atrabiliario quería echarse a poeta, los mismos que le admiraban como<br />

juez, se reían en sus barbas diciéndole que una cosa es predicar y otra dar trigo. Por<br />

mucho tiempo fue objeto <strong>de</strong> risa y chacota su oda a los Terremotos <strong>de</strong> Murcia, que es <strong>de</strong><br />

lo peor que en nuestra lengua se ha escrito. Cuando se anunció que la reina Cristina<br />

estaba en cinta, todos los poetas echaron otra vez mano a la lira, y el hipocondriaco<br />

endilgó su soneto<br />

Guarda ya el seno <strong>de</strong> Cristina hermosa<br />

vástago incierto <strong>de</strong> alta dinastía...<br />

Verdad es que no eran mucho mejores los que al mismo asunto compusieron Veguita<br />

y el autor <strong>de</strong> comedias.<br />

Había en la pandilla otros muchos chicos. De ellos algunos no serán mencionados en<br />

razón <strong>de</strong> la oscuridad en que siempre han vivido, otros lo serán más tar<strong>de</strong> cuando las<br />

necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> esta verídica historia lo reclamen.<br />

Reuníanse primero en el café <strong>de</strong> Venecia y [64] <strong>de</strong>spués en el <strong>de</strong>l Príncipe, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces sacó el nombre <strong>de</strong> Parnasillo. Entonces la juventud no tenía más que dos<br />

medios para dar <strong>de</strong>sahogo a su ardor y eran hacer versos o hacer diabluras. Los estudios<br />

estaban muertos, la prensa no existía, las letras mismas y el teatro principalmente yacían<br />

enca<strong>de</strong>nados por una censura bestial y vergonzosa, el conspirar olía a cáñamo, la

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