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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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-¡Luz, luz; que traigan una luz!<br />

La lámpara se extinguió completamente y todos quedaron <strong>de</strong> un color.<br />

-¡Luz, luz! -volvió a gritar D. Felicísimo.<br />

Orejón, que estaba muy lleno <strong>de</strong> su asunto [197] y no quería soltarlo <strong>de</strong> la boca, a<br />

pesar <strong>de</strong> la oscuridad, prosiguió así:<br />

-Que utilizando con energía la horca y los fusilamientos, limpien el reino <strong>de</strong> esas<br />

perversas alimañas, es cosa que nos viene <strong>de</strong> mol<strong>de</strong>.<br />

-Aguar<strong>de</strong> usted, hombre... Estamos a oscuras...<br />

-Ji... se han dormido y no nos traen luz -dijo D. Felicísimo-. Sagrario, Sagrario.<br />

Tablas... Nada: todos dormidos.<br />

Así era en verdad.<br />

-¿Tiene usted avíos <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r, señor Con<strong>de</strong>? Aquí en este cajoncillo <strong>de</strong> la mesa<br />

<strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber, ji, ji, pajuela.<br />

Pronto se oyó el chasquido <strong>de</strong>l eslabón contra el pe<strong>de</strong>rnal. Las súbitas chispas<br />

sacaban momentáneamente la estancia <strong>de</strong> la oscuridad. Se veían como a luz <strong>de</strong><br />

relámpago las cuatro caras apostólicas, la fúnebre fila <strong>de</strong> sillas <strong>de</strong> caoba y el cuadro <strong>de</strong><br />

ánimas.<br />

-La raza liberalesca y masónica estará ya exterminada cuando llegue el momento <strong>de</strong><br />

la sucesión <strong>de</strong> la corona -<strong>de</strong>cía Orejón entusiasmado-. ¡Admirable, señores!<br />

D. Felicísimo tenía la pajuela en la mano para acercarla a la mecha luego que esta<br />

prendiese, y al brotar <strong>de</strong> la chispa, su cara plana, en que se pintaban la ansiedad y la<br />

atención, parecía figura <strong>de</strong> pesadilla o alma en pena. [198]<br />

-Trabajan para nosotros, y ahorcando a los liberales se ahorcan a sí mismos.<br />

-Es evi<strong>de</strong>nte -murmuró D. Rafael Maroto.<br />

-¡Demonches <strong>de</strong> pe<strong>de</strong>rnal!<br />

-¡Luz, luz! -volvió a <strong>de</strong>cir D. Felicísimo-. Pero Sagrario... Nada, lo que digo: todos<br />

dormidos.<br />

Por fin prendió la mecha y aplicada a ella la pajuela <strong>de</strong> azufre, ardió rechinando<br />

como un con<strong>de</strong>nado cuyas carnes se fríen en las ollas <strong>de</strong> Pedro Botero. A la luz sulfúrea<br />

<strong>de</strong> la pajuela reaparecieron las cuatro caras, bañadas <strong>de</strong> un tinte lívido, y la estancia<br />

parecía más gran<strong>de</strong>, más fría, más blanca, más sepulcral...<br />

-De modo -continuaba Elías, cuando D. Felicísimo encendía el candilón <strong>de</strong> cuatro<br />

mecheros-, que en vez <strong>de</strong> apartarles <strong>de</strong> ese camino, <strong>de</strong>bemos instarles a que por él sigan.

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