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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Las solapas altas, las mangas <strong>de</strong> pernil, las apretadas cinturas son acci<strong>de</strong>ntes muy<br />

conocidos para que necesitemos pintarlos. El paño oscuro lo informaba todo, y entonces<br />

no había las rabicortas americanas <strong>de</strong> frágil tela, ni los trajes cómodos, ni sombreros <strong>de</strong><br />

paja, ni quitasoles.<br />

¿Pues y el vestido y los diversos atavíos <strong>de</strong> las damas? Entonces el peinarse era<br />

peinarse; había arquitectura <strong>de</strong> cabellos y una peineta solía tener más importancia que el<br />

Congreso <strong>de</strong> Verona. Para calle las damas retorcían y alzaban por <strong>de</strong>trás el pelo<br />

sujetándole en la [323] corona con una peineta que se llamaba <strong>de</strong> teja, <strong>de</strong> sofá o <strong>de</strong> pico<br />

<strong>de</strong> pato, según su forma. ¡Qué cosa tan bonita!, ¿no es verdad? Pues ved ahora por<br />

<strong>de</strong>lante los rizos batidos, como una fila <strong>de</strong> pequeños toneles negros o rubios<br />

suspendidos sobre la frente. Esto era monísimo, sobre todo si se completaba tan lindo<br />

artificio con la ca<strong>de</strong>na a la Ferronière y broche a la Sévigné sujetando el cabello. Esto<br />

hacía creer que las señoras llevaban el reloj en el moño, <strong>de</strong> lo que resultaba mucho<br />

atractivo.<br />

Tentado estoy <strong>de</strong> <strong>de</strong>scribiros el peinado a la jirafa con tres gran<strong>de</strong>s lazos armados<br />

sobre un catafalco <strong>de</strong> alambre, los cuales lazos aparecían como en un trono, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong><br />

un servil ejército <strong>de</strong> rizos huecos.<br />

¡Cielos piadosos, quién pudiera ver ahora aquellas dulletas <strong>de</strong> inglesina tan<br />

pomposas que parecían sacos, y aquellos abrigos <strong>de</strong> gros tornasol o <strong>de</strong> casimir Fernaux<br />

o tafetán <strong>de</strong> Florencia, guarnecidos <strong>de</strong> rulos y trenzas, todo tan propio y rico que cada<br />

señora era un almacén <strong>de</strong> modas! ¡Quién pudiera ver ahora resucitados y puestos en uso<br />

aquellos vestidos <strong>de</strong> invierno, altos <strong>de</strong> talle, escurridos <strong>de</strong> falda, y guarnecidos <strong>de</strong> marta<br />

o chinchilla! Lo más airoso <strong>de</strong> este traje era el gato, o sea un <strong>de</strong>smedido rollo <strong>de</strong> piel<br />

que las señoras se envolvían en el cuello, <strong>de</strong>jando caer la punta sobre [324] el pecho, y<br />

así parecían víctimas <strong>de</strong> la voracidad <strong>de</strong> una cruel serpiente.<br />

Pero estas son cosas <strong>de</strong> invierno, y volvamos a nuestro verano y a nuestros jardines<br />

<strong>de</strong> La Granja. Todos los que esto lean, convendrán en que no podría darse cosa más<br />

bonita que aquellas mangas <strong>de</strong> jamón, abultadas por medio <strong>de</strong> ahuecadores <strong>de</strong> ballena, y<br />

con los cuales las señoras parecían llevar un globo aerostático en cada brazo. ¡Y dicen<br />

que entonces no había modas elegantes! ¿Pues, y dón<strong>de</strong> nos <strong>de</strong>jan aquel talle que por lo<br />

alto tocaba el cielo y aquella falda que intentaba seguir el mismo camino, huyendo <strong>de</strong><br />

los pies, y aquel escote recto por pecho y espalda que a veces quería bajar al encuentro<br />

<strong>de</strong>l talle y que disimulaba su impu<strong>de</strong>ncia con hipocresía <strong>de</strong> canesús y sofisma <strong>de</strong> tules?<br />

Si no fuera porque las damas ataviadas en tal guisa se asemejaban bastante a una<br />

alcazarra, este vestido merecía haberse perpetuado. ¡Qué precioso era! Tenía la ventaja<br />

<strong>de</strong> no alterar las formas, y entonces el pecho era pecho y las ca<strong>de</strong>ras ca<strong>de</strong>ras.<br />

¡Ay!, entonces también los pies eran pies, es <strong>de</strong>cir que no había esas falsificaciones<br />

<strong>de</strong> pies que se llaman botinas. Los zapateros no habían intentado aún enmendar la plana<br />

a Dios creando extremida<strong>de</strong>s convencionales al [325] cuerpo humano. ¿Y qué cosa más<br />

bonita que aquellas galgas y aquel cruzado <strong>de</strong> cintas por la pierna arriba hasta per<strong>de</strong>rse<br />

don<strong>de</strong> la vista no podía penetrar? La suela casi plana, el tacón mo<strong>de</strong>rado, el empeine<br />

muy bajo, eran indudablemente la última parodia <strong>de</strong> aquellas sandalias que usaban las<br />

heroínas antiguas y que servían para lo que no sirve ningún zapato mo<strong>de</strong>rno, para andar.

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