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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Ni que me maten <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> las mantillas, las cuales entonces eran a<br />

propósito para echar abajo la teoría <strong>de</strong> que esta prenda no sirve para nada. Entonces las<br />

mantillas eran mantillas; como que había unas que se llamaban <strong>de</strong> toalla (19) , y esto pinta<br />

su longitud. Aquellas mantillas tapaban y tenían infinito número <strong>de</strong> pliegues, cuya<br />

disposición y gobierno sometidos a la mano <strong>de</strong> la mujer que la llevaba, eran casi un<br />

lenguaje. La toquilla <strong>de</strong> ahora es un adorno, la mantilla <strong>de</strong> entonces era la persona<br />

misma. Las toquillas <strong>de</strong> hoy se llevan; las mantillas <strong>de</strong> entonces se ponían. Los pliegues<br />

relumbrones <strong>de</strong> su raso interior, el brillo severo <strong>de</strong> su terciopelo, la niebla negra <strong>de</strong> sus<br />

encajes, hechura fantástica <strong>de</strong> hilos tejidos por moscas, y la pasamanería <strong>de</strong> sus<br />

guarniciones reunían en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong> una cara hermosa no sé que misterioso cortejo <strong>de</strong><br />

geniecillos, que ora parecían [326] serios ora risueños y a su modo expresaban el pudor<br />

y la provocación, la reserva o el <strong>de</strong>senfado. El i<strong>de</strong>al se hizo trapo, y se llamó mantilla.<br />

En cambio <strong>de</strong> otras ventajas que el vestir mo<strong>de</strong>rno lleva al antiguo, aquellos tenían la<br />

<strong>de</strong> la variedad <strong>de</strong> tonos. Entonces los colores eran colores, y no como ogaño variantes<br />

<strong>de</strong>l gris, <strong>de</strong>l canelo y <strong>de</strong> los tintes metálicos. Entonces la gente se vestía <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>, <strong>de</strong><br />

colorado, <strong>de</strong> amarillo, y los jardines <strong>de</strong> la Granja vistos a lo lejos, eran un prado <strong>de</strong><br />

pintadas florecillas. El alepín, la cúbica, el tafetán <strong>de</strong> la reina, el muaré antic, las sargas,<br />

la inglesina, el cotepali ofrecían variedad <strong>de</strong> bultos y colores. Los parisienses que en<br />

esto <strong>de</strong> hacer modas se pintan solos y cuando no pue<strong>de</strong>n inventar formas y colores<br />

nuevos les dan nombres extraños, habían lanzado al mundo el color jirafa, el pasa <strong>de</strong><br />

corinto, el no menos gracioso La Vallière, el azul Cristina; pero los que verda<strong>de</strong>ramente<br />

merecen un puesto en la historia son el color ayes <strong>de</strong> Polonia y el humo <strong>de</strong> Marengo.<br />

El cuadro <strong>de</strong> interés indumentario con fondos <strong>de</strong> verdor académico que hemos<br />

trazado carece aún <strong>de</strong> ciertos tonos fuertes, que echará <strong>de</strong> menos todo el que hubiera<br />

contemplado el original. Con el pincel gordo apuntaremos [327] en los primeros<br />

términos algunas manchas <strong>de</strong> encarnado rabioso, amarillo y pardo que son las<br />

pintorescas sayas <strong>de</strong> las mujeres <strong>de</strong>l campo venidas <strong>de</strong> los inmediatos pueblos. La<br />

elegancia <strong>de</strong> estos trajes se pier<strong>de</strong> en la oscuridad <strong>de</strong> los tiempos, y a nuestro siglo sólo<br />

ha llegado una especie <strong>de</strong> alcachofa <strong>de</strong> burdos refajos, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la cual el cuerpo<br />

femenino no parece tal cuerpo, sino una peonza que da vueltas sobre los pies, mientras<br />

los hombres, (aquí es preciso volcar sobre el cuadro toda la pintura negra) fatigados y<br />

oprimidos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las enjutas chaquetas y los ahogados pantalones y las medias <strong>de</strong><br />

punto, parecen saltamontes puestos <strong>de</strong> pie, guardando la cabeza bajo anchísimo queso<br />

negro.<br />

El pincel más amanerado nos servirá para apuntar, oscilando sobre esta multitud <strong>de</strong><br />

cabezas, como las llamas <strong>de</strong> Pentecostés, los pompones <strong>de</strong> los militares; y si hubiera<br />

tiempo y lienzo, pondríamos en último término, con tintas graciosas, un zaguanete <strong>de</strong><br />

alabar<strong>de</strong>ros, que, semejante a un ejército <strong>de</strong> zarzuela, pasa por el jardín precedido <strong>de</strong> su<br />

música <strong>de</strong> tambor y pífanos. Lejos, más lejos aún que la vaporosa proyección <strong>de</strong>l agua<br />

en el aire, ponemos la fachada <strong>de</strong>l palacio, rectilínea, clásica, <strong>de</strong> formas discretas y<br />

limadas como los versos <strong>de</strong> una oda. ¡Ay!, en el [328] momento en que le<br />

contemplamos, gran gentío <strong>de</strong> cortesanos, militares y personajes <strong>de</strong> todas las categorías<br />

entra y sale por las tres gran<strong>de</strong>s puertas <strong>de</strong>l centro con afán y oficiosidad. De pronto el<br />

murmullo alegre <strong>de</strong> las fuentes cesa, y todas <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> correr. El agua vacila en los aires,<br />

los chorros se truncan, se <strong>de</strong>smayan, <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>n, caen, como castillos fantásticos<br />

<strong>de</strong>shechos por la luz <strong>de</strong> la razón, y en estanques y tazones se extingue el último silbido<br />

<strong>de</strong> los surtidores, que vuelven a escon<strong>de</strong>rse en sus misteriosas cañerías. En los jardines

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