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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

casi parado cuando el hacker hiciera acto de presencia. De ese modo el hacker no se daría<br />

cuenta de que le vigilábamos y, sin embargo, <strong>El</strong>xsi estaría protegido.<br />

No obstante navegábamos todavía por las tinieblas. Sin órdenes judiciales, los<br />

seguimientos telefónicos no servían para nada. Por supuesto que leíamos palabra por<br />

palabra lo que escribía en nuestro ordenador, pero ¿cuánto nos perdíamos? Puede que<br />

utilizara otra docena de ordenadores para introducirse en Milnet.<br />

De algo no cabía duda: ahora estaba plenamente comprometido con la captura de aquel<br />

hacker. La única manera de atraparle sería la de no dejar de vigilar ni un solo minuto.<br />

Debía estar listo a todas horas, ya fuera mediodía o medianoche.<br />

Éste era precisamente el problema. Claro que podía haber dormido bajo la mesa de mi<br />

despacho y confiar en que mi terminal me despertara, pero a costa de la tranquilidad<br />

doméstica. A Martha no le hacía ninguna gracia que acampara en la oficina.<br />

Si mi ordenador me llamara cuando apareciera el hacker, dispondría del resto del tiempo a<br />

mi antojo. Igual que un médico de guardia.<br />

¿Cómo no se me había ocurrido? Un localizador de bolsillo. Disponía de una serie de<br />

ordenadores personales que observaban, a la espera de que apareciera el hacker. Bastaría<br />

con programarlos para que llamaran a mi localizador de bolsillo. Tendría que alquilar el<br />

localizador, pero valdría la pena gastar veinte dólares mensuales.<br />

En una noche escribí los programas; nada especial. De ahora en adelante, estuviera donde<br />

estuviese, en pocos segundos sabría que había aparecido el hacker. Me convertiría en una<br />

extensión de mi ordenador.<br />

Ahora iba en serio; él contra mí.<br />

VEINTIUNO.<br />

<strong>El</strong> Lawrence Berkeley Laboratory depende económicamente del Departamento de Energía,<br />

sucesor de la Comisión de Energía Atómica. Tal vez las bombas atómicas y las centrales<br />

nucleares se estén perdiendo en las tinieblas de la historia, o puede que la división del<br />

átomo ya no cuente con el atractivo de antaño. Pero por la razón que sea, el Departamento<br />

de Energía ya no es aquel equipo entusiasta que inició las centrales nucleares hace un par<br />

de décadas. Según rumores que había oído a lo largo de los años, dicha organización se<br />

había ido sedimentando al igual que el Mississippi.<br />

Puede que el Departamento de Energía no fuera la más ágil entre las numerosas agencias<br />

gubernamentales, pero pagaba nuestras cuentas. Durante más de un mes habíamos<br />

mantenido nuestro problema en secreto por temor a que el hacker descubriera que le<br />

acechábamos. Ahora que las pistas indicaban que estaba lejos de Berkeley, parecía justo<br />

comunicárselo a la agencia de donde procedían nuestros fondos.<br />

<strong>El</strong> 12 de noviembre llamé al Departamento de Defensa para intentar averiguar con quién<br />

debía hablar sobre la invasión clandestina del ordenador. Tuve que realizar media docena<br />

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