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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Sin embargo, algunos documentos eran también pura invención, como ciertas cartas entre<br />

directores y administrativos, un compendio descriptivo de las prestaciones técnicas de la<br />

red, y una circular invitando al destinatario a obtener más información sobre la red SDI,<br />

que podía solicitar por escrito al departamento de elaboración del proyecto.<br />

—Titulemos la cuenta «Strategic Information Network Group» —dije—. Las siglas,<br />

STING, son fantásticas.<br />

—No, puede que se lo huela —objetó Martha—. Utilicemos SDINET. Parece más oficial y<br />

estoy segura de que le llamará la atención.<br />

Colocamos todas las fichas en una cuenta titulada SDINET y me aseguré de ser el único<br />

que conocía la clave. A continuación clasifiqué todas las fichas para que sólo fueran<br />

accesibles al dueño de la cuenta; es decir, yo.<br />

Los grandes ordenadores permiten que se clasifiquen fichas legibles para todo el mundo; es<br />

decir, abiertas a todo aquel que conecte con el sistema. Es lo mismo que dejar un fichero<br />

abierto para que cualquiera lea su contenido. Una ficha con los resultados del campeonato<br />

de baloncesto de la empresa se clasificaría probablemente como legible para todo el<br />

mundo.<br />

Con una sola orden, se puede convertir una ficha en sólo accesible a ciertas personas, por<br />

ejemplo colaboradores. Los últimos informes de ventas, o ciertos nuevos diseños, necesitan<br />

ser compartidos por varias personas, pero no es deseable que estén al alcance de<br />

cualquiera.<br />

O, por otra parte, una ficha informática puede ser totalmente privada. Nadie, a excepción<br />

de su dueño, puede leerla. Es como cerrar con llave el cajón del escritorio. O sea, casi, ya<br />

que el director del sistema puede eludir todas las protecciones y leer cualquier ficha.<br />

Al limitar el acceso a nuestras fichas SDI a su propietario, me aseguraba de que nadie las<br />

encontrara. Puesto que, además de su propietario, yo era el director del sistema, nadie más<br />

las vería.<br />

A excepción, quizá, del hacker haciéndose pasar por director de sistema. Tardaría un par<br />

de minutos en incubar su huevo de cuco, pero entonces podría leer todas las fichas del<br />

sistema, incluidas las ficticias que nosotros habíamos introducido.<br />

Si se acercaba a las mismas, yo lo sabría inmediatamente. Mis monitores grababan todos<br />

sus movimientos. De todos modos, para mayor seguridad, instalé una alarma conectada a<br />

las fichas SDI. Si alguien las miraba, o simplemente le ordenaba al ordenador que lo<br />

hiciera, yo lo descubriría en aquel mismo instante.<br />

<strong>El</strong> cepo estaba cebado. Si el hacker lo mordía, tardaría dos horas en tragárselo. Tiempo<br />

suficiente para que los alemanes le localizaran.<br />

Ahora le tocaba mover al hacker.<br />

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