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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

comprobado que recogía correctamente los datos de contabilidad. Ningún problema con el<br />

primer programa.<br />

Me costó un poco más descifrar el segundo programa. En una hora había acumulado la<br />

cantidad suficiente de códigos provisionales, para demostrar que realmente funcionaba. Se<br />

limitaba a sumar los intervalos de tiempo y a multiplicarlos por la tarifa vigente. De modo<br />

que el error de setenta y cinco centavos no procedía de este programa.<br />

Y el tercer programa funcionaba a la perfección. Verificaba la lista de usuarios<br />

autorizados, localizaba su cuenta en el laboratorio e imprimía la factura. ¿Error de<br />

aproximación? Tampoco. Todos los programas controlaban el dinero hasta una centésima<br />

parte de un centavo. ¡Curioso! ¿De dónde procedía aquel error de setenta y cinco centavos?<br />

Había pasado un par de horas intentando descifrar un problema superficial y comenzaba a<br />

obcecarme. ¡Maldita sea! Me quedaría hasta medianoche si era necesario.<br />

Después de otros tantos programas de verificación, comencé realmente a confiar en la<br />

mescolanza de programas de contabilidad de fabricación casera. Seguían sin cuadrar los<br />

saldos, pero los programas, aunque no a prueba de bombas, no perdían un solo centavo. A<br />

estas alturas había encontrado las listas de usuarios autorizados y averiguado cómo los<br />

programas utilizaban las estructuras de datos, para cargar los gastos en las cuentas de<br />

distintos departamentos. A eso de las siete de la tarde, un usuario llamado Hunter me llamó<br />

la atención: no disponía de ninguna dirección válida donde cargar sus gastos.<br />

¡Gol! Hunter había utilizado setenta y cinco centavos de tiempo el mes pasado, pero nadie<br />

lo había pagado.<br />

He ahí la causa de nuestra diferencia de saldos. Alguien había metido la pata al introducir<br />

un nuevo usuario en nuestro sistema. Un problema superficial causado por un error<br />

superficial.<br />

Había llegado el momento de celebrarlo. Cuando escribía este pequeño primer triunfo en<br />

las páginas iníciales de mi cuaderno, mi querida Martha pasó por mi despacho y, ya<br />

avanzada la noche, decidimos celebrarlo con unos cafés con leche en el café Roma, de<br />

Berkeley.<br />

Un verdadero genio habría resuelto el problema en pocos minutos. Para mí era territorio<br />

desconocido y no me había resultado fácil abrirme camino en el mismo. A guisa de<br />

consolación, había aprendido el sistema de contabilidad y practicado un par de lenguas<br />

desusadas. Al día siguiente mandé un mensaje electrónico a Dave, señalándole el problema<br />

como muestra de mi pericia.<br />

Alrededor del mediodía Dave pasó por mi despacho con un montón de manuales y<br />

mencionó, de paso, que no había introducido a ningún usuario llamado Hunter; habría sido<br />

uno de los otros directores de sistemas.<br />

—No fui yo. LEMM —se limitó a responder Wayne.<br />

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