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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

hicieron una encuesta. Algunos de los informáticos consideraron que el virus había sido<br />

una broma inofensiva, uno de los mejores chistes de la historia.<br />

<strong>El</strong> punto de vista de los astrónomos era otro: durante dos días, no habían podido trabajar.<br />

Sus secretarias y sus investigadores tampoco trabajaron. Las propuestas y los artículos no<br />

se escribieron. Nosotros pagamos por las conexiones de la red con el dinero de nuestro<br />

bolsillo y lo sucedido dificultó todavía más la expansión de las redes astronómicas.<br />

Para algunos programadores, aquel virus fue un ejercicio útil a fin de incrementar el<br />

conocimiento sobre seguridad informática. Su autor merecía que se le dieran las gracias.<br />

No faltaría más. Era como llegar a un pueblo y forzar las puertas de sus casas para que sus<br />

habitantes comprendieran la necesidad de comprar cerrojos más seguros.<br />

En otra época yo tampoco habría visto nada de nocivo en el virus. Pero en los dos últimos<br />

años, mi interés había cambiado, de un micro problema (una discrepancia de setenta y<br />

cinco centavos) a temas macro dimensionales: el buen funcionamiento de nuestras redes,<br />

un sentimiento de conducta ecuánime, las consecuencias legales de la infiltración<br />

informática, la seguridad de las empresas con contratos gubernamentales, la ética<br />

comunitaria en la informática...<br />

¡Dios mío! Al oír mis propias palabras, me doy cuenta de que me he convertido en un<br />

adulto (¡carroza!), en una persona con participación en el negocio. Mi mentalidad<br />

estudiantil de antaño me permitía ver el mundo como un mero proyecto de investigación;<br />

algo para ser estudiado, extraerle datos y observar sus pautas. De pronto hay conclusiones<br />

a extraer, conclusiones con un contenido ético.<br />

Supongo que he alcanzado la mayoría de edad.<br />

La mejor película «B» de todos los tiempos, The Blob, acaba cuando el monstruo maligno<br />

es trasladado a la Antártida, inofensivo cuando está congelado. Entonces la palabra «fin»<br />

aparece en la pantalla, pero en el último momento sale un deforme interrogante. <strong>El</strong><br />

monstruo no está muerto, sólo duerme.<br />

Eso fue lo que sentí cuando por fin desmantelé mis monitores, escribí la última anotación<br />

en el cuaderno y me despedí de la persecución nocturna de Markus Hess.<br />

<strong>El</strong> monstruo sigue ahí, dispuesto a resucitar. A la espera de que alguien se sienta lo<br />

suficientemente atraído por el dinero, el poder, o la simple curiosidad para robar claves y<br />

deambular por las redes. Siempre y cuando alguien no olvide que las redes en las que le<br />

gusta jugar son frágiles y sólo podrán existir mientras impere la confianza entre la gente.<br />

Mientras a algún estudiante amante de la broma no se le ocurra infiltrarse en los sistemas<br />

para jugar (como yo pude haberlo hecho en otra época), olvidando que invade la intimidad<br />

de otros, pone en peligro la información que otra gente ha sudado para conseguir y siembra<br />

la desconfianza y la paranoia.<br />

Las redes no están formadas por circuitos impresos, sino por gente. En estos momentos,<br />

mientras escribo, mediante mi teclado puedo llegar a infinidad de gente: amigos,<br />

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