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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

La cuestión no es «cuál es el ordenador más rápido», ni siquiera «cuál es mejor». Lo que<br />

uno debería preguntarse es «¿cuál es el más adecuado?» o «¿cuál hará lo que yo<br />

necesito?».<br />

Después de visitar la división informática de la CÍA, Teejay y Greg me condujeron al<br />

séptimo piso. Los números de cada piso estaban en distintos idiomas; reconocí el quinto,<br />

en chino, y el sexto, en ruso.<br />

Me condujeron a una antesala con una alfombra persa, cuadros impresionistas en las<br />

paredes y un busto de George Washington en una esquina: una verdadera mescolanza. Me<br />

senté en un sofá, junto a Greg y a Teejay. Frente a nosotros había otros dos individuos,<br />

cada uno con su correspondiente placa, con los que charlamos un poco; uno de ellos<br />

hablaba perfectamente el chino y el otro había sido veterinario antes de alistarse a la CÍA.<br />

Me pregunté qué tipo de conferencia esperaban que les ofreciera.<br />

Las puertas del despacho se abrieron de par en par y un individuo alto, de cabello canoso,<br />

nos invitó a entrar.<br />

—Hola, soy Hank Mahoney. Pasen.<br />

De modo que ésa era la reunión. Resultó que el séptimo piso era la guarida de los jefazos<br />

de la CÍA. Hank Mahoney era el director en funciones; sonriendo junto a él se encontraba<br />

Bill Donneley, el subdirector y otros dos individuos.<br />

—¿Es decir que ustedes han oído hablar de este caso?<br />

—Lo hemos seguido día a día. Evidentemente, puede que este caso, por sí solo, no parezca<br />

gran cosa. Pero representa un grave problema para el futuro. Agradecemos sus esfuerzos<br />

para mantenernos informados.<br />

Dicho esto, me hicieron entrega de un certificado de agradecimiento, envuelto como si se<br />

tratara de un diploma.<br />

No supe qué decir, pero, medio tartamudeando, les di las gracias y miré a Teejay, que no<br />

podía contener la risa.<br />

—Hemos querido sorprenderte —dijo más adelante.<br />

¿Sorprenderme? ¡Caracoles! Esperaba entrar en una sala llena de programadores y<br />

pronunciar una conferencia sobre seguridad en los sistemas. Examiné el certificado: estaba<br />

firmado por William Webster, director de la CÍA.<br />

Al salir, como era de suponer, los guardias registraron mi bolsa de papeles. Entre mis notas<br />

encontraron el papel sellado «ALTO SECRETO».<br />

¡Alerta roja: un visitante atrapado saliendo de la CÍA con un documento sellado «ALTO<br />

SKCKÜTO»! Evidentemente, el resto de la página estaba en blanco. Después de cinco<br />

minutos de explicaciones y dos llamadas telefónicas, me dejaron salir. Pero no sin antes<br />

incautar mi muestra sellada y advertirme que «Aquí nos tomamos la seguridad en serio».<br />

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