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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

—No habría llamado a Harry a Washington de no haber creído que era grave.<br />

* * *<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

—Hace diez años que trabajo en los sistemas de seguridad del Unix, en los laboratorios<br />

Bell, de Nueva Jersey —dijo Bob Morris cuando regresábamos de Fort Meade.<br />

Ahora caía. Aquél debía de ser el Morris que había inventado el sistema Unix de<br />

protección codificada. Había leído artículos suyos sobre la seguridad informática. Claro,<br />

Bob Morris, el violinista. Su excentricidad era legendaria; había oído decir que, después de<br />

comer el postre, se había tumbado en el suelo para que el gato pudiera lamer la nata<br />

montada de su barba.<br />

—La reunión del próximo mes tiene como objetivo la elaboración de política —siguió<br />

diciendo Bob—. Si algún día vamos a dejar de limitarnos a escribir documentos sobre<br />

niveles, hay que demostrarles el peligro a esa gente. Cualquier sistema puede ser inseguro:<br />

basta con que se dirija de un modo estúpido.<br />

Por fin alguien de la NSA, para quien la seguridad informática no se limitaba al diseño de<br />

ordenadores.<br />

—Estoy completamente de acuerdo —dije—. Algunos problemas se deben a auténticos<br />

fallos de diseño, como la brecha del Gnu-Emacs, pero la mayor parte obedece a una<br />

administración deficiente. <strong>El</strong> personal que dirige nuestros ordenadores no sabe cómo<br />

protegerlos.<br />

—Hay que ver esto a la inversa —dijo Bob—. Puede que unos ordenadores bien<br />

protegidos mantengan alejados a los malandrines, pero si resultan tan huraños como para<br />

que nadie los utilice, no habremos hecho ningún progreso.<br />

Proteger un ordenador era como incrementar la seguridad de un bloque de pisos. Pero<br />

tratándose de una red de ordenadores, en la que se compartían fichas e intercambiaba<br />

correspondencia, era como proteger una pequeña ciudad. Bob, como jefe científico del<br />

centro de seguridad informática, dirigía el proyecto.<br />

Cuando llegamos a nuestro destino, casi me había acos-tumbrado a viajar en un vehículo<br />

lleno de humo. Nos pusimos a discutir sobre las interacciones de las órbitas planetarias,<br />

tema en el que debería ser capaz de defender mi punto de vista, pero aquel individuo era un<br />

gran conocedor de la mecánica celeste. ¡Diablos! Había estado alejado demasiado tiempo<br />

de la astronomía si no era capaz de capear aquellas preguntas.<br />

CUARENTA Y SEIS.<br />

Fue emocionante hablar con Bob Morris, pero estaba muy contento de haber regresado a<br />

casa, junto a Martha. Cogí el autobús del aeropuerto y crucé atolondrado College Ave-nue,<br />

aportando una nueva contribución a la anarquía. Mi coinquilina, Claudia, ensayaba el<br />

violín cuando entré en casa.<br />

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