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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Aquella noche Martha estaba en la Boalt Hall Lavv Library estudiando protocolo penal y<br />

me detuve a visitarla, con unos bollos y crema de queso, combustible predilecto de los<br />

estudiantes de derecho. Nos acariciamos y besuqueamos entre libros, realizando de vez en<br />

cuando un esfuerzo de concentración de cara a las oposiciones. ¡Bendita sea la biblioteca<br />

Boalt, donde el derecho nunca duerme!<br />

En un cuarto trasero me mostró el ordenador Lexis de la facultad de derecho.<br />

—¿Te apetece divertirte con este juguete mientras yo estudio? —me preguntó.<br />

Sin esperar mi respuesta, conectó la terminal del Lexis y me mostró un letrero con<br />

instrucciones para consultar el sistema de búsqueda de documentación. A continuación se<br />

sumergió de nuevo en sus libros, dejándome en compañía de un ordenador desconocido.<br />

Las instrucciones no podían ser más claras. Sólo había que pulsar un par de teclas, escribir<br />

el nombre de la cuenta, una palabra clave y empezar a examinar sumarios judiciales, en<br />

busca de cualquier cosa que pareciera interesante. Junto a las instrucciones había cinco<br />

nombres de cuentas, con sus respectivas claves, escritos a mano, por lo que no tuve más<br />

que elegir un par de ellos para conectar con el sistema. A nadie se le había ocurrido<br />

proteger sus claves. Me pregunté cuántos ex estudiantes se aprovecharían todavía del<br />

servicio gratuito de la biblioteca.<br />

Después de introducirme en el ordenador de la facultad de derecho, empecé a buscar bajo<br />

el Ululo de intervención de teléfonos. Tardé un ralo en descifrar la jerga jurídica, pero<br />

acabé por encontrar la legislación concerniente a la intervención telefónica. Resultó que no<br />

se necesitaba ninguna orden judicial para intervenir las llamadas a un teléfono<br />

determinado, siempre y cuando así lo deseara el titular de dicho teléfono.<br />

Tenía sentido. Uno no tenía por qué necesitar una orden judicial para saber quién le<br />

llamaba. En realidad, algunas empresas venden ahora teléfonos en los que aparece el<br />

número del que llama, en el teléfono del receptor de la llamada cuando éste suena.<br />

Pero si legalmente no necesitábamos ninguna orden judicial, ¿por que insistían tanto en<br />

ello las compañías telefónicas? <strong>El</strong> lunes por la mañana, con una copia del decreto 3121 del<br />

punto 18 del código estatal de California, llamé a Lee Cheng a la compañía telefónica.<br />

—¿Por qué nos obligáis a conseguir órdenes judiciales, cuando la ley no lo exige?<br />

—En parte para protegernos de acciones judiciales y en parte para ahorrarnos búsquedas<br />

infructuosas —respondió Lee.<br />

—Pero si la orden judicial no es imprescindible, ¿por qué retiene la información la<br />

telefónica de Virginia?<br />

—No lo sé. Pero siguen en sus trece. He pasado media hora hablando con ellos y no hay<br />

forma de convencerlos.<br />

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