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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Pero no tenía la sensación de que fuera estudiante. Los universitarios no se concentran en<br />

un mismo tema a lo largo de seis meses. Lo que buscan en los ordenadores son juegos y<br />

programas de estudios, no claves militares. Además, si se tratara de un estudiante, ¿no<br />

dejaría algún tipo de firma o broma, alguna indicación de que nos estaba tomando el pelo?<br />

Y si no era estudiante, ¿por qué llamaba desde dos lugares distintos en Alemania? Puede<br />

que conociera algún método para llamar a larga distancia a Hannover; tal vez un ordenador<br />

desprotegido o una tarjeta de crédito robada. Ayer estaba en Bremen. Hoy en Hannover.<br />

¿Dónde se escondería mañana?<br />

Lo único que podía hacer era seguir observándole discretamente.<br />

Había esperado cuatro meses. Podía esperar un poco más.<br />

TREINTA Y CINCO.<br />

—Necesitas una orden judicial alemana —dijo Steve Whi-te, que me llamaba desde<br />

Tymnet.<br />

Acababa de recibir un mensaje de Wolfgang Hoffman, del Bundespost alemán. Wolfgang<br />

estaba muy interesado en perseguir al hacker, pero necesitaba apoyo jurídico para<br />

intervenir las líneas.<br />

—¿Cómo consigo una orden judicial en Alemania? —pregunté a Steve.<br />

—No lo sé, pero el Bundespost dice que mañana lo consultarán al tribunal de Hannover.<br />

Esto era una buena noticia. En algún lugar de Alemania, Wolfgang Hoffman había puesto<br />

las ruedas en movimiento. Con un poco de suerte obtendrían las debidas órdenes judiciales,<br />

efectuarían un par de seguimientos y detendrían al roedor.<br />

—Cuando el hacker dé señales de vida —dijo Steve White, con menor entusiasmo—, los<br />

alemanes tendrán que efectuar un seguimiento en las redes de Datex, averiguar el número<br />

al que llama el hacker y entonces localizar la línea telefónica en cuestión.<br />

Suspiré sólo de pensar en mis seguimientos en Berkeley y en Virginia. A no ser que<br />

Wolfgang y su equipo fueran pacientes, competentes e inteligentes, el hacker se les<br />

escabulliría.<br />

Demasiados imponderables. <strong>El</strong> hacker podía ser de otro país. Cabía la posibilidad de que<br />

llamara desde otra ciudad, oculto tras la amplia red telefónica. Tal vez el juez no<br />

concedería las necesarias órdenes judiciales. O también era posible que el hacker se oliera<br />

lo que estaba ocurriendo y comprendiera que alguien le seguía la pista.<br />

Wolfgang mandó otro mensaje: «Hasta que aparezcan las órdenes judiciales grabaremos el<br />

nombre de identificación del usuario de Datex.»<br />

—Cuando utilizamos Tymnet o Datex —aclaró Steve—, alguien paga por el servicio. Para<br />

utilizar la red, hay que dar el número y la clave de la cuenta del usuario. Los alemanes<br />

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