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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

—Permisos; una bobada. Financiación; olvídalo. Nadie paga para que se investigue; lo<br />

único que interesa son los resultados —dijo Luis—. Evidentemente, podrías escribir un<br />

proyecto detallado para la persecución de ese hacker. En cincuenta páginas describirías lo<br />

que ya sabes, a lo que aspiras y la cantidad de dinero que será necesaria. Incluyes los<br />

nombres de tres intelectuales reconocidos que te respalden, los beneficios con relación al<br />

coste y los artículos que hayas publicado anteriormente. Ah, y no olvides la justificación<br />

teórica.<br />

»0 puedes limitarte a seguir a ese cabrón. Correr más rápido que él. A mayor velocidad que<br />

el director del laboratorio. Actuando tú mismo, sin esperar a nadie. Procura contentar a tu<br />

jefe, pero no permitas que te ate de pies y manos. No te conviertas en una diana inmóvil.<br />

He aquí la razón por la que Luis había ganado un premio Nobel. No era tanto lo que hacía,<br />

sino cómo lo hacía. Se interesaba por lodo. A partir de un puñado de rocas ligeramente<br />

enriquecidas con iridio había deducido que la tierra debía haber sido bombardeada por<br />

meteoritos (una de las fuentes del iridio), hacía unos sesenta y cinco millones de años. A<br />

pesar del escepticismo de los paleontólogos, reconoció que dichos meteoritos habían<br />

causado la desaparición de los dinosaurios.<br />

Luis Álvarez nunca llegó a ver los fragmentos subatómicos que le permitieron ganar el<br />

premio Nobel. Se había limitado a fotografiar sus huellas en cámaras de ebullición.<br />

Analizadas las mismas, su longitud le había permitido calcular la duración de la vida de<br />

dichas partículas, y de su curvatura había deducido su carga y su masa.<br />

Mi investigación estaba muy lejos de la suya, pero ¿qué tenía que perder? Puede que sus<br />

técnicas funcionaran para mí. Pero ¿cómo se investiga científicamente a un hacker?<br />

A las 6.19 de aquella misma tarde apareció de nuevo el hacker. En esta ocasión, lo hizo a<br />

través de Tymnet. No me molesté en seguir la llamada: parecía absurdo llamar a todo el<br />

mundo a la hora de la cena, para que a fin de cuentas no me dieran el número de teléfono.<br />

En su lugar observé cómo el hacker conectaba deliberadamente con el ordenador MX, un<br />

PDP-10 de los laboratorios de inteligencia artificial del MIT, en Cambridge,<br />

Massachusetts. Conectó con el nombre de usuario Litwin y pasó casi una hora aprendiendo<br />

a utilizar aquel ordenador. No parecía acostumbrado al sistema del MIT y apelaba con<br />

frecuencia a la ayuda automática. En una hora había aprendido poco más que a hacer<br />

listados de fichas.<br />

Tal vez debido a lo arcano de la investigación en inteligencia artificial, no encontró gran<br />

cosa. No cabe duda de que aquel anticuado sistema operacional no merecía mucha<br />

protección; cualquier usuario podía leer las fichas de todos los demás. Sin embargo, el<br />

hacker no se había dado cuenta de ello. La mera imposibilidad de comprender el sistema<br />

protegía su información.<br />

Me preocupaba el uso que el hacker pudiera hacer de nuestras conexiones a la red durante<br />

el fin de semana. En lugar de acampar en la sala de ordenadores, decidí desconectar todas<br />

las redes. A fin de cubrir mis huellas, dejé un mensaje electrónico para todos los usuarios<br />

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