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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

<strong>El</strong> seguimiento llegó casi hasta el hacker. Si aparecía una vez más, le descubriríamos.<br />

Pero el límite era el día siguiente por la noche, sábado, cuando los técnicos alemanes<br />

retirarían el servicio de vigilancia. ¿Haría acto de presencia antes de entonces?<br />

—Martha, sé que te contraría, pero debo quedarme a dormir una vez más en el laboratorio.<br />

Sin embargo puede que esto ya sea el fin de la persecución.<br />

—Ésta es la enésima vez que dices lo mismo.<br />

Probablemente lo era. La persecución había sido una sucesión constante de «ya casi lo<br />

tengo», seguido de «está en otro lugar». Pero en esta ocasión, la sensación era distinta. A<br />

juzgar por sus mensajes, los alemanes parecían seguros de sí mismos; seguían la pista<br />

correcta.<br />

<strong>El</strong> hacker no había leído todavía todas nuestras fichas ficticias. En los cuarenta y cinco<br />

minutos de conexión con nuestro sistema había impreso aproximadamente la tercera parte<br />

de la información. ¿Por qué no examinaba el resto, conociendo su existencia?<br />

Esto hacía suponer que no tardaría en volver. De modo que, una vez más, me acurruqué<br />

bajo mi escritorio y me quedé dormido, al son lejano de las unidades de discos<br />

informáticos.<br />

Por primera vez desperté sin que el molesto pitido de mi localizador sonara en mi oído.<br />

Abrí los ojos bajo mi escritorio, solo en aquella oficina desierta, en la tranquilidad de un<br />

sábado por la mañana. Por lo menos lo había intentado. Era lamentable que el hacker no<br />

hubiera hecho acto de presencia.<br />

Puesto que estaba solo, empecé a jugar con un programa de astronomía, intentando<br />

comprender como los errores en el pulimento de espejos afectan las imágenes del<br />

telescopio. Había logrado, más o menos, que el programa funcionara, cuando, a las 8.08 de<br />

la mañana, sonó la alarma de mi localizador.<br />

Eché una carrera por el pasillo para ver la pantalla del monitor. Allí estaba el hacker<br />

conectando al ordenador Unix-5, con uno de sus antiguos nombres: Mark. No había tiempo<br />

para observar lo que hacía: era preciso divulgar rápidamente la noticia. Tenía que llamar a<br />

Tymnet, para que se pusieran en contacto con el Bundespost.<br />

—Hola, Steve.<br />

—Ha reaparecido el hacker, ¿no es cierto?<br />

Steve debió de percibirlo en el tono de mi voz.<br />

—Efectivamente. ¿Puedes empezar a localizarle?<br />

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