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El Huevo Del Cuco

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Clifford Stoll<br />

<strong>El</strong> <strong>Huevo</strong> <strong>Del</strong> <strong>Cuco</strong><br />

Ahí estaba el reto. Hess comenzó a explorar más allá de Alemania. Pero ya no se<br />

interesaba por las universidades y los laboratorios de física, buscaba algo realmente<br />

emocionante. Hess y Hagbard eligieron a los militares como objetivo.<br />

Los dirigentes del Club del Caos Informático habían hecho una advertencia a sus<br />

miembros: «No os infiltréis nunca en un ordenador militar. <strong>El</strong> personal del servicio de<br />

seguridad del otro lado jugará con vosotros casi como al ajedrez. Recordad que practican<br />

ese juego desde hace siglos.» Markus Hess no prestaba atención.<br />

Hess logró introducirse en un ordenador desprotegido que pertenecía a la subsidiaria<br />

alemana de una empresa norteamericana de material defensivo: Mitre. Desde el interior de<br />

dicho sistema pudo descubrir las instrucciones detalladas para conectar con los<br />

ordenadores de Mitre en Bedford, Massachusetts y McLean, Virginia.<br />

¿Por qué no? <strong>El</strong> sistema estaba perfectamente abierto y le permitía llamar a cualquier lugar<br />

de Norteamérica.<br />

En verano de 1986 Hess y Hagbard operaban por separado, pero comparaban notas<br />

frecuentemente. Colaboraban metódicamente para llamar a todas las puertas a lo largo de<br />

las avenidas de las redes militares.<br />

Entretanto Hess trabajaba en Hannover programando ordenadores Vax y dirigiendo varios<br />

sistemas. Su superior estaba al corriente de las actividades nocturnas de Hess, que<br />

contaban con su beneplácito; al parecer eran perfectamente compatibles con los planes<br />

generales del negocio de la empresa. (Todavía me pregunto en qué consistirían.)<br />

Hess no tardó en ampliar su base en Mitre. Exploró el interior del sistema y extendió sus<br />

tentáculos a otros ordenadores norteamericanos. Recopiló números de teléfono y<br />

direcciones informáticas, y atacó sistemáticamente dichos ordenadores. <strong>El</strong> 20 de agosto<br />

llegó al Lawrence Berkeley Laboratory.<br />

Incluso entonces, Hess sólo se divertía. Se había dado cuenta de que tenía acceso a secretos<br />

tanto industriales como nacionales, pero mantenía la boca cerrada. Entonces, más o menos<br />

a fines de setiembre, entre la humareda de una cervecería de Hannover, habló a Hagbard de<br />

sus más recientes aventuras.<br />

No se puede ganar ningún dinero infiltrándose en colegios y universidades. ¿A quién puede<br />

interesarle la información de un laboratorio de física, más que a un puñado de estudiantes?<br />

Pero las bases militares y los fabricantes de material defensivo, ya son otra cosa. Hagbard<br />

olía el dinero. Y también sabía con quién ponerse en contacto: Pengo, en Berlín occidental.<br />

Gracias a sus contactos con hackers por todo el país, Pengo sabía cómo utilizar la<br />

información de Hess. Con la copias de Hess bajo el brazo, uno de los hackers de Berlín<br />

cruzó al sector oriental, para reunirse con agentes del KGB soviético.<br />

Llegaron a un acuerdo: alrededor de 30 000 marcos (1 800 000 pesetas) por las copias y las<br />

claves.<br />

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